Y es que creo que las redes «sociales» (me atrevería a decir que Instagram por encima de todas) son, o pueden llegar a ser, enormemente dañinas, especialmente para un colectivo determinado como son las chicas adolescentes. Y digo chicas y no chicos porque está demostrado que es el colectivo femenino el más afectado por esta fiebre de «me gusta», y comentarios a publicaciones. Estoy segura de que hay varios cientos de miles de jóvenes a las que su «proceso de selfie» diario les puede llevar una hora o más de su tiempo, hasta que deciden que la foto está lo suficientemente modificada y filtrada como para sentirse cómod@s publicándola en Instagram. Los «me gusta» y comentarios halagando su belleza suben tan rápidamente que, de seguro, lo vuelven a hacer al día siguiente.
Y como una imagen vale más que mil palabras, y por si alguien no se hace una idea, para muestra un botón, aquí va un ejemplo en mí misma, con cientos de filtros de la red social Tiktok, que te permite alterar tu aspecto mientras incluso grabas un video.
Por esto, cada vez es más frecuente encontrar perfiles de adolescentes (y ojo, a veces también adultescentes -o viejóvenes, pero eso queda más feo-) aparentemente perfect@s. Pero lo que no sabemos (o no podemos saber) es que esas imágenes han sido alteradas significativamente para tener un aspecto determinado (aunque para los que estamos familiarizados con los «programas» -guiño, guiño- que se utilizan para este fin, podemos discernir entre una fotografía editada y una original).
A pesar de que l@s dueñ@s de esas cuentas de Instagram saben que esas imágenes no se corresponden con sus caras/cuerpos… amigos míos, la farsa es adictiva.
La «realidad» de Instagram está tan interiorizada que a veces puede ser difícil diferenciarla de la vida real. No es casualidad que casi nadie suba una foto sin editar, o sin un filtro. Son todo mensajes subliminales de perfección en todos los campos, no solo en el físico sino también en el ocio. Por eso, muchas veces nos podemos sentir fuera de lugar por no tener un barco, de tanto verlo en Instagram.
Y partiendo de esto último voy a enlazar con la siguiente cuestión y es… ¿qué papel jugamos nosotros, como cirujanos y médicos estéticos en toda esta burbuja de vanidad y «postureo» de Instagram?
Y digo esto porque cada vez es más frecuente encontrar en consulta a pacientes jóvenes que demandan tratamientos, ya sean médicos o quirúrgicos, para tener «cara de filtro«. Es decir, para que sus facciones se parezcan a los filtros que se utilizan en estas redes. Los pacientes llegan a consulta y en un momento de la entrevista muestran lo que quieren con su móvil, es decir, una versión de ellos mismos con un sinfín de filtros fotográficos, o bien fotos de personas ajenas que han sido evidentemente retocadas (por no hablar de referenciar perfiles de Instagram que DEFORMAN, literalmente, la anatomía facial bajo el nombre de «medicina estética», para ver a lo que me refiero seguir leyendo).
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