Dicho queda

En el incesante tic-tac del «Reloj del Fin del Mundo», marcando las 23:58:30, se encuentra una advertencia urgente: 90 segundos es todo lo que nos queda para evitar el apocalipsis.

Este reloj simbólico denominado Worldwacht Institute, con sede en Washington y popularmente conocido como “Reloj del Apocalipsis”, refleja la probabilidad de una catástrofe global causada por el ser humano. Actualmente, se encuentra en el peor registro de su historia, señalando amenazas nucleares, tecnológicas, geopolíticas y fundamentalmente Climáticas.

En esos efímeros 90 segundos, podemos crear, destruir, respirar… Pero también podemos decir unas cuantas sandeces más de las ya pronunciadas, y morir.

El cambio climático, esta realidad innegable, es una amenaza existencial para la humanidad y el planeta, asegura. Los estragos del calentamiento global, desde el aumento del nivel del mar hasta sequías, incendios y conflictos bélicos, ya se sienten en cada rincón del mundo.


La supervivencia humana pende de un hilo

En este escenario, el egoísmo cortoplacista es un pasaje directo a la extinción humana. La negación obstinada contra proyectos clave de energías renovables revelan un egoísmo recalcitrante que, lamentablemente, nos conduce hacia la desaparición de nuestra raza. La falta de visión a largo plazo y la priorización de intereses populistas sobre la supervivencia, nos sumergen en un abismo del cual no podremos salir ilesos. Esto ya no puede ser considerado como una simple divergencia de opiniones; es un acto de complicidad en la destrucción de nuestra especie.

Aquellos que obstruyen la transición hacia energías renovables se están convirtiendo en cómplices activos de la propia extinción humana. Es hora de llamar a las cosas por su nombre y denunciar que este mirarse el ombligo nos coloca en el peor de los escenarios. La miopía de aquellos que argumentan en favor de mantener un paisaje intocado sin considerar las consecuencias a medio y largo plazo es desesperante ¿De qué sirve un paisaje prístino cuando no habrá ojos humanos para apreciarlo?

La oposición a proyectos sostenibles representa una traición a la humanidad, un acto de egocentrismo que nos condena colectivamente. Este individualismo inflexible no solo obstaculiza la adopción de medidas necesarias, sino que también fomenta la irresponsabilidad colectiva. Ignorar la realidad científica y priorizar la estética del paisaje o el hábitat de un escarabajo o de un pájaro sobre la supervivencia de la especie humana, no tiene cabida en un mundo que enfrenta desafíos tan cruciales. La pelota está en nuestro tejado, nos guste o no, y cada día que perdemos en disputas estériles nos acerca un paso más al abismo. Así que la responsabilidad recae en nosotros como sociedad. Es hora de cambiar el rumbo y adoptar medidas que aseguren la preservación de la vida. Toda, a ser posible, pero en primer lugar y a mucha distancia del resto, la vida humana, que es la Obra Magna de la Evolución/Creación.

La Unión Europea, como ejemplo, ha logrado reducir sus emisiones de CO2 por primera vez este año. Este logro no es fruto del azar, sino de un compromiso y firmeza por parte de los países miembros. Es un hito tangible de que la acción colectiva puede marcar la diferencia. Incluso, la Comisión Europea, muy consciente de la situación a la que nos enfrentamos, acaba de exigir la reducción del 90% de las emisiones de CO2 para 2040, en medio de muchas reticencias a la transición verde por parte de movimientos conservadores que quieren ralentizarla.

La estupidez está creciendo al mismo ritmo que la Tierra se calienta y Europa quiere dejar muy claras cuáles son sus líneas de actuación para mitigar el cambio climático.

Más allá de fronteras y territorios

En este punto es imperioso dejar claro que no está en juego la existencia del planeta- que ha demostrado adaptarse en el pasado y tiene un futuro que se extiende mucho más allá de nuestras vidas- o no como el mayor de los males. Lo que sí está realmente en juego es la vida humana, tu vida y la mía, la de nuestros hijos, nietos y descendientes. Por lo tanto, el sentido común y la solidaridad con los que nos precedieron y de quienes heredamos el planeta, y el deber moral con los que nos sucederán, deben primar en esta encrucijada o no habrá marcha atrás.

Y solo si somos capaces de ver más allá, un nuevo optimismo crítico y responsable adquirido, puede convertirse en nuestro faro. Porque a pesar de la urgencia y la responsabilidad, no nos podemos permitir caer en la resignación. En este sentido, la célebre investigadora Hannah Ritchie, científica de datos y experta en cambio climático, sostiene que, si bien no estamos en una buena trayectoria climática, existen soluciones que ya se están implementando. Es un error -afirma tajantemente- pensar que combatir el cambio climático será demasiado costoso o que como individuos no podemos hacer nada. Ritchie nos anima a adoptar un optimismo crítico, pragmático, reconociendo problemas, pero también oportunidades. Tenemos las herramientas para reducir emisiones y adaptarnos al clima, construyendo así un futuro más sostenible y justo para los seres humanos. Hagámoslo efectivo, ¡YA!

La acción colectiva y la acción individual se entrelazan en este desafío. Adoptar un compromiso activo con la lucha contra el cambio climático no solo es necesario sino posible. En definitiva, el camino hacia la sostenibilidad y la supervivencia humana implica un cambio profundo en nuestra forma de pensar, actuar y vivir.

No podemos permitirnos ser espectadores de nuestra propia destrucción.

El reloj avanza, los 90 segundos se agotan, pero podemos salvarnos mientras tomemos medidas decididas y colectivas.

Juan Enrique Gómez. Periodista, director de Waste Magazine

Vivimos inmersos en la creencia de que la eliminación de determinados sistemas tradicionales supone la muerte del planeta, mientras que los nuevos recursos tecnológicos son la esperanza de la humanidad

Los Centros de Datos de Internet están entre los mayores consumidores del mundo de energía eléctrica.

JUAN ENRIQUE GÓMEZ

Recibir en el correo electrónico, las facturas de electricidad y agua, las comunicaciones del banco, teléfono e internet y otras muchas, nos hace sentirnos partícipes de la revolución verde, miembros del selecto club de quienes apuestan por el respeto al medio ambiente y el cuidado del planeta. Lo interiorizamos de tal forma que lo contamos a nuestros amigos, a través de las redes sociales y les animamos a que entren en el universo de la digitalización, que lancen a los cuatro vientos sus opiniones sobre lo que se les ocurra en cada momento, que se conviertan en comunicadores y muestren lo que sucede a su alrededor, en sus casas y sus vidas, porque hemos encontrado la fórmula mágica de la humanidad teñida de verde. Al unísono apagamos durante una hora al año la luz de nuestros monumentos y paseos, incluso de nuestras casas, como contribución al ahorro energético y la reducción de los gases de efecto invernadero, con lo que, además, ayudamos a paliar los efectos del cambio climático, pero nos olvidamos de que las tecnologías de la información no funcionan por arte de magia, que necesitan ingentes cantidades de energía que se incrementa con cada foto, vídeo, comentario, felicitación, ‘meme’ y post que subimos a la red.

Vivimos inmersos en la falacia de la sostenibilidad, en la creencia de que la eliminación de determinados sistemas tradicionales supone la muerte del planeta, mientras que los nuevos recursos tecnológicos son la esperanza de la humanidad. Voces del mundo de la ciencia alertan sobre la ingente cantidad de energía que necesita el universo digital en el que hemos sumergido nuestras vidas. Indican que uno de los mayores consumidores de energía en el mundo es la red internet, tanto para la producción de equipos informáticos como para el almacenamiento y distribución de información. Los enormes y complejos centros de datos que se distribuyen por todo el mundo consumen entre 200 y 250 teravatios/hora de electricidad a lo largo de un año. Una cifra que supone el uno por ciento del consumo total de electricidad en el mundo. Un porcentaje que podría parecer pequeño, pero al que no llega ninguna planta industrial por grande que sea. En España, el consumo eléctrico de los centros de datos supone un 3% del consumo total del país. Para hacernos una idea más clara de la magnitud de estos porcentajes, la totalidad de la siderurgia y metalurgia mundial, donde se incluyen las fábricas de coches, acero, informática, construcción naval y otros muchos sectores, consumen un 23% del total de energía consumida a nivel global).

El problema fundamental del rápido crecimiento del universo digital, es que se ha desbordado a causa del uso masivo de los centros de datos para la distribución y almacenaje de millones de billones de gigabytes que, en un gran porcentaje, están formados por aportaciones intrascendentes de personas de todo el mundo, que no necesitan ser guardadas ni que ocupen espacio en las autovías de la información. La demanda energética de cada uno de esos datos de escasa utilidad incrementa las necesidades de energía de los sistemas de almacenaje digital, por ejemplo los millones de mensajes de whatsapp que mantenemos en nuestros móviles sin borrar y que en realidad se conservan en los International Data Center.

Cuando desde determinadas plataformas sociales y políticas se hace un llamamiento a teñir de verde nuestras vidas a base de digitalización, hay que tener en cuenta sus aspectos positivos, ya que con ello contribuimos a reducir la tala de árboles, las emisiones de carbono, el masivo uso de agua y luz por parte de las papeleras y otras muchas actividades contaminantes, pero no podemos olvidar que la contrapartida tiene un precio: los centros de datos han llegado a tal nivel que necesitan impresionantes sistemas de refrigeración, ya que el funcionamiento de los equipos informáticos genera calor que se incrementa proporcionalmente a su potencia y capacidad de trabajo. Se ha llegado a tal punto que compañías como Amazon, Google, Facebook y otras, intentan instalar sus centros de datos en zonas del norte de Europa y cercanas a los polos, para rebajar el consumo en refrigeración, incluso han iniciado proyectos de instalación de sus Data Center en barcos, y utilizar, in situ, el agua de mar para refrigerar los sistemas. También hay proyectos para transformar el calor generado por los equipos en nueva energía. Las grandes compañías de datos aseguran que utilizan una gran cantidad de energía procedente de fuentes renovables, incluso han creado plantas fotovoltaicas propias para abastecerse.

El uso de la digitalización en nuestras vidas es un gran paso que incide en el cuidado del entorno, pero debemos ser conscientes de las necesidades de una herramienta que, aunque nos abre el camino a un futuro de comunicación y progreso, de unidad y globalización, no es, por el momento, el oráculo que nos convierte en sostenibles.

Juan Enrique Gómez. Periodista, director de Waste Magazine

Los fuegos en espacios naturales aumentan cada año a causa de la alteración del clima, las políticas radicales de no interferencia en la naturaleza, y la falta de inversión sobre la superficie forestal de todo el continente europeo, que lleva a la desafección y abandono de los habitantes de zonas rurales sobre sus propios territorios. El uso racional de los ecosistemas, su cuidado y aprovechamiento, son parte de las nuevas claves en la lucha contra el fuego.

JUAN ENRIQUE GÓMEZ

La conocida frase “los incendios se apagan en invierno”, casi en desuso desde hace décadas, ha vuelto a situarse en la mente de todos aquellos que viven, trabajan o, simplemente, disfrutan de los bosques en un país con grandes espacios naturales y un continente donde las masas boscosas son parte de su esencia paisajística. La gran cantidad de incendios que en los últimos años asolaron la península Ibérica, ha centrado la mirada sobre el estado de los espacios naturales, tanto sobre los protegidos como los que no gozan de una figura legal de salvaguarda de sus ecosistemas, con un resultado poco favorable a la labor realizada por las administraciones sobre nuestros montes. El fuego ha desvelado una situación de abandono grave, favorecida por la idea del conservacionismo radical de no actuar sobre la naturaleza ni siquiera para protegerla. Las llaman recuerdan que los bosques generaban una serie de beneficios ecosistémicos que repercutían en las poblaciones de su entorno que, a su vez, procuraban que la naturaleza siguiese su curso a base de pequeños trabajos de mantenimiento y cuidados, que ahora llamamos silvícolas, y que no son más que ayudar al monte a seguir su propia dinámica natural. Usos y aprovechamientos que, en gran parte del territorio, fueron olvidados.

Cuando se produce un gran incendio, todo el mundo clama por una limpieza total de los bosques, por la ordenación de los territorios como si se tratase de enormes arboledas ajardinadas, e incluso exigen la inmediata repoblación de los espacios quemados para que los troncos calcinados no nos recuerden nuestro propio fracaso. Las Administraciones se lanzan a una carrera por reacondicionar y reforestar, pero todo el mundo olvida que el fuego se apaga en invierno o lo que es lo mismo, las llamas lo tendrán más difícil si el monte forma parte de nosotros mismos, de nuestro trabajo, sustento, vivencias y ocio.

Desde hace dos décadas algunos científicos, como el catedrático de Botánica de la Universidad de Granada, Francisco Valle, señalan que los montes han de tratarse como lo que son, espacios naturales que tienen su propia dinámica que hay que respetar. Afirma que la prueba está en que los bosques no alterados, o naturalizados con criterios científicos, con matorral autóctono y diversidad de especies, se queman menos y, si el fuego se produce, se recuperan más rápido y mejor.

Recursos forestales

Hasta casi el final del siglo XX era habitual que los habitantes de zonas con masas boscosas utilizasen los recursos de las arboledas para cubrir sus necesidades, como recoger la leña caída tras las tormentas, recolectar frutos, extraer resinas, cuidar el matorral bajo el que crecerán las setas, mantener refugios para fauna, e incluso preservar la vegetación que servirá para prevenir avenidas que destrozan cauces e inundarían sus tierras. El uso continuado del espacio natural significa también ejercer un control y servicio de vigilancia permanente, además de prevenir posibles usos inadecuados y acciones de pirómanos. La implicación directa de los habitantes de las zonas rurales es la mejor garantía para la conservación de la naturaleza.

Pero no olvidemos la responsabilidad de quienes tienen la obligación de velar por el territorio. La gestión forestal es fundamental para apagar las llamas no solo cuando el bosque arde. Científicos como Francisco Valle, apuestan por volver a un uso racional y sostenible de los montes, que tenga como base de la recuperación del territorio con especies mediterráneas y evitar los bosques monoespecíficos en favor de una mayor diversidad vegetal. Gran parte de la superficie forestal de España, fundamentalmente en la mitad sur, son bosques de coníferas, sobre todo pinos, que se plantaron con el objetivo de sustentar el terreno y, más tarde, dar paso a plantaciones de matorral y otras especies arbóreas, pero este segundo objetivo no se llevó a cabo y los pinares crecieron muy densos con árboles muy juntos sin dar opción al crecimiento del matorral, lo que les ha hecho extremadamente vulnerables a los incendios.

El futuro pasa por trabajos de prevención que, a base de cortas y sacas programadas, reduzcan la densidad de los bosques y, tras ello, la plantación de matorral autóctono, que ayudará a hacerlos menos vulnerables a los incendios. Los expertos aseguran que es imprescindible la multiespecificidad de los bosques, ya que el fuego no se comporta igual con todas las especies. Una arboleda con diferentes especies ralentiza el avance del fuego. Además, apuestan por la apertura de áreas cortafuegos que no son las típicas franjas desbrozadas que roturan las laderas, sino espacios con matorral abiertos en zonas boscosas, a las que añadir carriles de acceso, bien acondicionados, para la realización de trabajos y, llegado el caso, atacar las llamas.

El uso racional del monte es considerado ya como una parte muy significativa de la solución ante el fuego y su prevención. Utiliza el bosque y ayudarás a su conservación, un antiguo concepto que vuelve a tenerse en cuenta. Las gentes han de recuperar el uso de la naturaleza. Carboneros, piñoneros, resineros y tantas otras profesiones asociadas a los recursos forestales, deberían recuperarse, incluso la ganadería debe volver a los montes, de una forma sostenible, para ejercer un control equilibrado de la vegetación y ayudar al crecimiento de poblaciones de matorral y especies refugio.

Los pueblos han de recuperar la simbiosis con el medio que les rodea. Existe un beneficio mutuo entre hombre y entorno que se basa, únicamente, en el respeto a la tierra donde habitas.

Juan Enrique Gómez. Periodista, director de Waste Magazine

La gran reserva verde del sur de Europa, refugio de decenas de especies, sufre su peor sequía a causa del cambio climático y a la nefasta acción del hombre, pero esta situación, magnificada y voceada por los medios de comunicación hasta la saciedad, no es una novedad sino una realidad conocida desde hace décadas en la que políticos y técnicos, responsables de gestionar el Parque Nacional, permitieron por acción y omisión,  un deterioro que ahora usan como ariete contra quienes intentan paliar la situación y conjugar la protección del espacio natural con la supervivencia de los pueblos que lo circundan.  Gobiernos y organizaciones que se autoproclaman como únicos abanderados del ecologismo y la sostenibilidad, vuelven a poner, por encima de cualquier otra consideración, los intereses políticos sobre la realidad de los habitantes de un territorio y la supervivencia de los ecosistemas.

Leer y oír el último eslogan, “Doñana no se toca”, lanzado por el presidente del gobierno de España y repetido por casi la totalidad de los creadores de opinión es, como mínimo, ofensivo para quienes conocen la realidad de la gestión realizada en este espacio desde mucho antes de que los actuales gobernantes de Andalucía soñasen en sentarse en los despachos de San Telmo y gestionar el destino de la comunidad autónoma. La consigna debería cambiar por “Doñana hay que tocarla para salvarla”, ya que cuidar y proteger el territorio tiene que redundar en el beneficio del espacio natural y de sus gentes. Está comprobado que un territorio se mantiene cuando existe una implicación total entre la naturaleza y quienes la habitan. Es imprescindible conceder un beneficio derivado de la explotación sostenible de los recursos para que sus habitantes se conviertan en sus principales garantes. Un cerco alrededor del bien a proteger solo conduce a su rechazo y abandono.

El humedal de Doñana se alimenta, en su mayor parte, de las lluvias que llenan el acuífero y el aporte de ríos y arroyos que llegan desde la zona norte, cuyos caudales dependen también de los niveles de pluviosidad registrados en espacios próximos al parque. Las lagunas y marismas dependen del acuífero superficial, que solo se llena por el agua de lluvia y, en algunos casos, como la laguna del Acebuche y el Palacio de Doñana, mediante aportes artificiales realizados desde hace tres décadas. Tanto las aguas superficiales, fundamentales para el mantenimiento de los ecosistemas principales del parque, marismas, lucios, cotos, vera y dunas, como las subterráneas, que llenan charcas y lagunas naturales, han tenido siempre pequeños caudales, que se veían reducidos considerablemente en los años secos. Durante las últimas décadas, esta dinámica hidrológica no parece haberse tenido en cuenta, ya que se hacía la vista gorda ante la proliferación de captaciones de agua mediante pozos, que de forma alegal, ya que no había una prohibición expresa ni permiso para abrirlos, llenaron de perforaciones la superficie del entorno de Doñana y algunas zonas del interior del parque nacional, sin que los responsables políticos, que ahora claman en defensa del territorio natural, frenasen la sangría.

Los gestores tienen nombre y apellidos y todos ellos respondieron durante 38 años a los requerimientos del poder político (PSOE de 1978 a enero 2019), una gestión que, realizaba, ‘de facto’, la Junta de Andalucía aunque era responsabilidad del gobierno central hasta el año 2004, cuando el Constitucional concedió la gestión de los parques nacionales a las autonomías aunque la titularidad es del Estado. Antes y después de esa resolución, la Junta de Andalucía hizo la vista gorda ante la desecación paulatina de Doñana y solo se investigaron y clausuraron una cifra mínima de captaciones de agua e instalaciones agrícolas ilegales.

Los nuevos gestores han encontrado un espacio con serias brechas en su protección, cuidados y mantenimiento, a pesar de lo que declaran las organizaciones sociales y científicas, que tienen en el parque nacional un coto reservado a sus intereses, en el que no quieren que se produzcan injerencias externas, menos aún de los nuevos gobernantes que, evidentemente, no forman parte de las mismas filas ideológicas y, por tanto, no son dignos de portar ni un pin verde en la solapa.

Pero en esta situación y juego político ha entrado un nuevo participante. Se llama cambio climático global y es quien, de forma tozuda, impide ocultar la realidad. La sequía por causas naturales y por la acción del hombre es palpable y va ‘in crescendo’, la bajada del nivel del agua ya no puede ocultarse, como tampoco la proliferación de pozos y explotaciones agrícolas, que se han instalado desde hace dos décadas.

Es cierto que no todo fue ocultación. En 2014, cuando se ya se veían las orejas al lobo, la Junta de Andalucía puso en marcha el Plan de Ordenación de Regadíos, el llamado Plan de la Fresa, que afectaba a las zonas ubicadas al norte de la corona forestal de Doñana, que afectó a 9.300 hectáreas, pero quedaron fuera alrededor de 1.400 más a las que se sumaron, con el tiempo, otras muchas explotaciones  sin que se hiciese nada por eliminarlas o legalizarlas, lo que ha llevado al acuífero 27 de Doñana, que alimenta los humedales, a cotas desconocidas desde que hay registros. Las voces de alarma de algunos científicos, naturalistas y organizaciones agrícolas, no obtuvieron el eco necesario, aunque un recurso presentado ante el Tribunal de Justicia Europeo dictó una resolución en 2021, ya con los nuevos gestores en Andalucía, por el que condenaba a España a restaurar la legalidad en Doñana y recuperar el acuífero.

La solución llegaba en forma de plan de regadíos aprobado ahora por el Parlamento de Andalucía, la espoleta de la polémica. Los nuevos gestores legalizan las explotaciones agrícolas ubicadas en 700 de las 1.400 hectáreas que quedaron fuera del Plan de la Fresa y dictan las normas de control para los usos del entorno del parque nacional. Pero esa acción necesita agua. La Junta espera poder llevar el agua necesaria en cotas superficiales a base de pequeños trasvases desde las cuencas próximas, el río Tinto, y si no es posible, el Odiel y el Piedras, que ya estaban aprobados por la Junta y las Cortes en 2018, unos meses antes de la llegada de los nuevos gestores a la presidencia de la Junta y que, en ese momento, no suscitó crítica alguna.

La respuesta es positiva por parte de las organizaciones agrarias, sindicatos (incluidos UGT y CCOO) y casi la totalidad de los municipios de diferentes signos políticos que rodean el parque, excepto Almonte. La totalidad de los grupos políticos de izquierda condenan, sin paliativos, el plan de recuperación y afirman que es la muerte de Doñana. Se niegan a un trasvase que aprobaron durante el anterior mandato y argumentan que afectaría negativamente a los espacios protegidos de Marismas del Odiel y el Tinto. Vuelven a anteponer los intereses políticos sobre la realidad que los ingenieros de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir han expuesto y refrendado en los planes de recuperación.

En los últimos años se han cerrado 1.400 pozos ilegales y la Confederación, que depende del Gobierno central, ha regularizado hasta 2.400 hectáreas para explotaciones agrícolas, actuaciones realizadas antes de la norma que ahora provoca el slogan ‘Doñana no se toca’.

A juicio de científicos e hidrogeólogos ajenos a la gestión del parque, la única solución posible pasa por llevar agua hasta el acuífero superficial, impedir la creación de nuevos regadíos no controlados, e incluso, llevar el agua de forma artificial para llenar parte del humedal, clave para la supervivencia de un territorio único en Europa.

Una vez más el ruido mediático intenta ocultar la realidad de los habitantes de un espacio natural que han vivido siempre de los beneficios aportados por unos ecosistemas que, en este caso, son especialmente frágiles. Buscar la sostenibilidad, el equilibrio entre todos los intereses, es la única posibilidad para paliar el problema. No hay que gritar, “Doñana no se toca”, sino enarbolar la bandera de “Salvemos Doñana, sus ecosistemas y sus gentes”.

Juan Enrique Gómez

Cada año, desde 2015, incrementamos la distancia estadística entre nacimientos y muertes. En España y la mayor parte de los países avanzados, nacen menos personas de las que mueren. Las cifras de natalidad y mortandad ahondan en el desequilibrio social, antropológico y ecológico que lleva al Homo sapiens sapiens hacia parámetros que, en otras especies, supondrían situarlas en categorías definidas como ‘en peligro de extinción’, un descenso en la llegada al mundo de crías que, de seguir produciéndose las llevaría a ser clasificadas como “En peligro crítico de extinción”, el paso previo a ser consideradas extintas, algo que no podría ocurrir a la humanidad a medio o largo plazo porque la densidad de nuestras poblaciones, ocho mil millones de personas en el mundo, está muy por encima de la mayoría de las especies, pero si cambiamos la percepción temporal e intentamos pensar en tiempos evolutivos, el desfase entre vida y muerte nos llevará a colgarnos la etiqueta de extintos.

En el mundo animal, del que formamos parte, hay un objetivo claro: reproducirse y cuidar de las camadas para que crezcan y se repita el ciclo, una y otra vez, como única forma de mantener e incrementar las poblaciones. En cada una de las comunidades faunísticas se hace todo lo posible para conseguir un equilibrio entre muertes y nacimientos. La mayoría de los representantes del mundo animal, sin ser conscientes de ello, actúan como garantes de la continuidad de su especie sobre la Tierra y, con ello, facilitan la supervivencia de otras, animales y vegetales, de las que dependen y con las que se relacionan. Una dinámica que el hombre ha situado en un plano inferior en su escala de prioridades, a pesar de estar dotado de inteligencia, de ser la especie dominante y tener capacidad para influir en su destino y condicionar los equilibrios ecosistémicos del planeta.

Mientras en las sociedades menos desarrolladas, la natalidad se rige por parámetros más cercanos a los ritmos de la naturaleza, en las que se tienen todas las crías posibles para tener mayores posibilidades de supervivencia y continuidad genética, en los países social y económicamente avanzados, la situación cambia por completo y hemos reducido los niveles de natalidad a cotas tan bajas que caminamos hacia sociedades envejecidas donde la renovación es cada vez más lenta y, con un horizonte en el que se dibujan grandes grupos sociales de mayores, cada vez con mayor edad; grupos de edad media y, hacia abajo, sectores juveniles e infantiles cada vez más reducidos, lo que supone una merma en la renovación genética y las posibilidades de hacer frente a cataclismos que puedan llegar en forma de pandemias (no olvidemos el Covid 19), catástrofes naturales, efectos a medio y largo plazo del cambio climático y global, sin contar con guerras o agentes externos que hoy no podemos imaginar.

Por el momento, las cifras en países como España, no son alarmantes, pero sí deberían tenerse en cuenta. En 2022 nacieron 329.812 bebés, siete mil menos que en 2021. Es la cifra más baja de nacimientos desde hace 81 años, fecha desde la que se tienen registros fiables. Si esta cifra la comparamos con el número de fallecimientos, que fue de 462.370 personas, vemos que en solo un año nacieron 132.812 personas menos que las que murieron, lo que incrementa el envejecimiento de la población. Cifras que se venían repitiendo de forma similar desde el principio del siglo XXI y se han incrementado considerablemente desde 2015.

Pero las cifras no parecen cambiar nada en una sociedad en la que cada día es más difícil conciliar la vida familiar con la laboral, a pesar de que las normas y el discurso mediático generalizado digan lo contrario; donde se prima la idea del derecho al aborto tratado más como un método anticonceptivo que como solución a posibles problemas clínicos, donde menores de edad pueden acceder a la interrupción del embarazo sin comunicación paterna; en la que se crean fórmulas familiares ficticias basadas en intereses económicos e ideológicos por encima del concepto de género y reproducción de la sociedad y la especie. Primamos la familia o la pareja de uno o dos descendientes, mientras llegamos a retirar ayudas a familias de tres hijos porque sus ingresos se encuentran en el umbral de la media nacional. Y cada año se incrementa la edad en la que una mujer tiene su primer hijo, algunas de ellas en edades por encima de las recomendaciones médicas como tope para procrear.

Por el momento la caída de la natalidad se mantiene en parámetros sostenibles gracias a que se ha producido un importante aumento de la población inmigrante, con un mayor índice de hijos por pareja, una circunstancia que reduce la caída libre de nacimientos, pero poco a poco, esa dinámica también bajará con la adaptación de parte de los grupos de inmigración a la sociedad donde viven.

Hemos dejado de mirar a la naturaleza para encerrarnos en nuestra particular y destructiva forma de vivir como especie. Hemos olvidado que en muchas poblaciones animales, las crías son cuidadas por otros miembros de la comunidad, no solo cuando la madre ha muerto, sino cuando cumple otras funciones en su particular sociedad. Los zorros, tan denostados, utilizan el sistema de madres temporales para cuidar de los cachorros mientras el resto del grupo busca alimento. Lobos, osos, linces, nutrias y otros animales ibéricos, cuidan de las camadas independientemente de ser o no sus progenitores.

Volvamos a observar los ecosistemas, donde el equilibrio es la clave para la supervivencia, donde un desfase en una de sus estructuras generará problemas en otras. Es difícil hacerse a la idea de que en un planeta superpoblado por una determinada especie, la bajada en los índices de natalidad pueda acarrear problemas de supervivencia. Solo el tiempo en términos evolutivos tiene la respuesta.

Interesante artículo acerca de esa silenciosa llamada de la Tierra que la Humanidad escucha en su interior y que la  impulsa a vivir de otra manera, en contacto con la naturaleza y cercana a sus orígenes, cuando compartir los recursos con el vecino no era siquiera un acto de voluntad, sino algo espontáneo y propio de la vida en comunidad y armonía con el entorno.
Así es la visión del Mundo que nos impulsa en Oikosfera.

La búsqueda y recuperación de los beneficios ecosistémicos y la economía sostenible basada en los recursos naturales logran frenar la despoblación y que la vida vuelva al medio rural.

Juan Enrique Gómez

En el corazón de la Contraviesa, entre los cerros del sureste de Andalucía, hay vida en cortijos que hasta hace pocos años se encontraban semidestruidos y abandonados. En zonas tan singulares como las laderas de la Alpujarra, entre bancales aterrazados y acequias, se aprecia el humo de chimeneas que asciende al cielo. Son imágenes que se repiten en las sierras litorales de Cataluña y Valencia, en territorios áridos de Aragón, las estribaciones de los Pirineos, en Cantabria, Extremadura y otras zonas de la península Ibérica. Son situaciones que muestran que la esperanza ha vuelto a los viejos caseríos que fueron víctimas del fenómeno de la despoblación del mundo rural, que generó la desolación de territorios en favor del crecimiento de las metrópolis. El tiempo, la evolución de las costumbres y sobre todo la pandemia de 2020 y 2021, han provocado que la gente descubra en el mundo rural un horizonte donde luce el sol y crezca la esperanza de una nueva forma de vida más cercana a la naturaleza y a nuestros orígenes.

Mientras instancias gubernamentales,  a nivel general y local, ponen en marcha planes para favorecer el crecimiento demográfico de lo que se ha conocido como la España despoblada, la realidad es que muchos municipios españoles, sobre todo en espacios cercanos a zonas turísticas, experimentan ya ese crecimiento y han conseguido recuperar una parte muy importante de las poblaciones que poseían antes del gran éxodo de las décadas centrales del siglo XX. Ha sido posible gracias a la presencia de pioneros, en muchos casos oriundos de esos pueblos, que han decidido dejar la ciudad para establecerse en el ámbito rural y llevar a cabo explotaciones agrícolas, ganaderas, hosteleras, e incluso montar en el pueblo su particular cuartel general  desde el que trabajar, mediante sistemas ‘on line’ para la ciudad y el mundo.

Una de las principales claves para lograr la repoblación de los municipios es mirar al medio ambiente, valorar los recursos naturales y los beneficios que los ecosistemas aportan a las poblaciones que habitan en ese territorio. La defensa del entorno y la recuperación de los usos tradicionales han logrado en algunos puntos de la geografía ibérica, que los censos crezcan de manera rápida y estable. Poblaciones de las provincias de Valencia, Alicante, Gerona, Málaga, Granada, entre otras, han experimentado un crecimiento importante en estadística poblacional, que se debe a que hay una mayor población en pueblos donde crece la agricultura y formas de producción que podemos encuadrar en economía sostenible. Ocurre en gran parte de los pueblos que se encuentran en el entorno de espacios naturales de especial relevancia, como los parques nacionales, donde la imposibilidad de alterar el medio ha agudizado el ingenio y se han generado economías basadas en la explotación racional de sus recursos, como empresas dedicadas al ecoturismo, explotaciones ganaderas de razas autóctonas, cultivos ecológicos y mejora de las explotaciones agrícolas, e industria hostelera con una variadísima oferta para los amantes del ecoturismo y la experiencia vital en la naturaleza. Según datos del organismo autónomo Parques Nacionales, la mayoría de los municipios que forman los espacios protegidos, han incrementado sus poblaciones desde la creación de los parques.

La totalidad de las costas españolas, al margen del crecimiento estacional por la oferta turística veraniega, experimentan también un crecimiento el resto del año, con numerosos cortijos, villas y caseríos, ocupados por extranjeros y españoles que deciden vivir en contacto con la naturaleza. En la costa mediterránea, los cerros se vuelven a poblar de almendros, higueras y crecen los viñedos tradicionales, lo que implica un aumento en sus poblaciones.

Pero a pesar de que en las zonas donde ha habido una apuesta por la vuelta a los ecosistemas las poblaciones se recuperan, una parte importante de la geografía se mantiene aún en niveles demasiado bajos. En España, según el INE, de los 8.112 municipios españoles, 5.002 municipios tienen menos de 1.000 habitantes, de los que 2.652 no llegan a 500. Más de la mitad de los municipios españoles se pueden considerar infrapoblados, mientras que en las ciudades se concentra más del 43% de los habitantes del país.

Quienes viven en el medio rural saben que la supervivencia se basa en el equilibrio con la naturaleza. El uso sostenible de los recursos que nos ofrecen los ecosistemas y protegerlos para que formen parte nuestro desarrollo, es una forma de vivir más acorde a nuestros orígenes, como humanidad y como especie.

Un interesante artículo y una denuncia sobre la gestión del agua desde la perspectiva del mundo actual, materialista, que concibe y trata al agua como un simple recurso material, como una cosa que existe para nuestro aprovechamiento. Una manera de entender nuestra relación con la Tierra que OIKOSFERA no comparte, pues defendemos aquella visión de nuestros antepasados a la que nos hemos referido otras muchas veces, que suena así:

“Hubo un tiempo en que la Humanidad percibía a la Naturaleza y todo cuanto en ella existe, y por lo tanto también al agua, como formando parte de sí, unidos e inseparables como un hijo lo es de su madre…, siendo ésta “Fuente de Vida” en permanente ofrecimiento, la que nutre, conserva, transforma e impulsa”
En Oikosfera, este es el espíritu que nos anima.

Juan Enrique Gómez

Imagínese un enorme cubo cuyo suelo, y cada una de sus cuatro paredes, es del tamaño de un campo de fútbol de los grandes. Llénelo de agua. Necesitará un hectómetro cúbico, o lo que es lo mismo: mil millones de litros. Casi 9.000 cubos de ese calibre es lo que el río Ebro vierte cada año al mar. Si restamos el caudal que llamamos ecológico, es decir el que el río necesita para mantener sus ecosistemas, riberas y el propio delta litoral, aún quedan casi 6.000 de esos cubos que realmente se suman a las aguas del Mediterráneo. Lo que ocurre en el Ebro se puede extrapolar a la totalidad de la cuenca peninsular, cada una en proporción a sus caudales. Las cifras no dan lugar a dudas y ponen sobre la mesa que con una gestión hidrológica racional, basada en la ciencia y no en conceptos y presiones ideológicas y partidistas, las necesidades de abastecimiento de agua, tanto humana como para la agricultura, industria y el equilibrio ecosistémico, estarían cubiertas con creces.

El agua es un bien que pertenece a todos, el acceso al agua es uno de los derechos fundamentales de las personas reconocidos por la ONU, pero en la práctica todos los actores implicados en su gestión encuentran argumentos (aparentemente sólidos y perfectamente aderezados para la audiencia a la que se dirigen) con los que afirmar que el agua es más de unos que de otros, según el territorio donde te encuentres y dependiendo siempre de los intereses concretos de quien tiene la potestad de abrir o cerrar el grifo, e incluso es utilizada como moneda de cambio para conseguir los apoyos necesarios para tal o cual política y siempre bajo el discurso de la sostenibilidad.

El nuevo recorte que el gobierno de España ha decretado sobre el trasvase Tajo-Segura, no hace más que poner de manifiesto, una vez más, que la gestión del agua responde a intereses que nada tienen que ver con los usuarios finales y se priman conceptos ideológicos y políticos por encima de la realidad de los territorios a los que tendría que abastecer. La modificación del Plan Hidrológico Nacional, aprobada por el Consejo de Ministros, reduce el caudal desde la cabecera del Tajo hacia Alicante, Murcia y Almería, entre 70 y 110 hectómetros cúbicos (o cubos como campos de fútbol), una cantidad que se supone es el caudal ecológico que el río necesita para su sostenibilidad y, por ello, seguirá su camino hasta llegar al océano Atlántico, en la ciudad de Lisboa, más allá de nuestras fronteras, dejando atrás los acueductos y canalizaciones que la llevarían a unirse al río Mundo y al Segura y regar las tierras del este y sureste ibérico, donde más de 12.500 hectáreas de regadío y 15.000 empleos dependen del agua que ya no correrá por las infraestructuras de un trasvase polémico desde su inauguración en 1979, con el gobierno de Adolfo Suárez y Garrigues Walker como ministro de Fomento. Una infraestructura que ha estado siempre en el punto de mira de las críticas de sectores de la izquierda por llevarse el agua de Aragón a tierras del sureste y el argumento de una inconsistente amenaza de desabastecimiento, en caso grave de sequía, de los territorios de Madrid, Castilla-La Mancha y Extremadura, bañados por el Tajo de forma natural. El presidente Zapatero, a través de su ministra, Cristina Narbona (hoy presidenta del PSOE), paralizó el trasvase del Ebro y redujo el del Tajo. Ahora, el gobierno de Pedro Sánchez, vuelve a girar el grifo para reducir el caudal y se acoge a decisiones obligadas por la UE y echa por tierra los acuerdos entre comunidades y afectados tomados con Rajoy en 2013. El Gobierno indica que es imprescindible dejar en el Tajo el caudal ecológico, pero sin contar con que esa reducción, que no merma significativamente el caudal del río, condena a la desaparición y la ruina a territorios considerados clave en el desarrollo agrícola y turístico del sureste español, gran parte de los regadíos que abastecen de alimento a Europa.

Quienes conocen la historia del trasvase Tajo-Segura, se preguntan si el origen de la ofensiva contra el trasvase no estará en un intento ideológico de revertir los efectos de una orden del gobierno franquista por la que se permitía la creación de 12.500 hectáreas de nuevos regadíos en zonas de Murcia y Almería, las mismas tierras que en la actualidad, según los agricultores, se quedarán sin agua.

En este país la gestión ambiental y en particular la del agua ha de ser ratificada por el llamado Consejo Nacional del Agua, un organismo en el que el gobierno posee representación mayoritaria y que, de forma inmediata, ha ratificado la propuesta de la ministra de Transición Ecológica en relación con el trasvase. ¿Quién defiende los intereses de los regantes y usuarios del agua? En la teoría, todos los representantes políticos, que para eso están, pero en la práctica la respuesta es, nadie.

Nuestros gobernantes afirman que no importa que, cada año, dejen de llegar un centenar de hectómetros cúbicos a las tierras del sureste, ya que hay soluciones alternativas: recoger agua del mar y tratarla en desaladoras para su posterior uso agrícola y humano. Una tarea imposible por el insuficiente número de plantas de este tipo y por el alto coste de los tratamientos, que encarecería el metro cúbico de agua de tal forma que afectaría a los precios de toda la cadena de producción agrícola. Curiosamente, el Ministerio de Transición Ecológica, en aras de la sostenibilidad, quiere que se ponga en marcha un sistema que necesita de un enorme consumo energético para su funcionamiento y provoca un fuerte impacto en los ecosistemas marinos de su entorno.

Ante el gran cúmulo de despropósitos y la manipulación partidista de un bien fundamental, es necesario apostar por una gestión única del agua, donde primen criterios de sostenibilidad y equilibrio a la hora de cubrir nuestras necesidades. No importa que un río nazca en Aragón para poder llevar agua a Andalucía, que la cuenca del Guadalquivir pueda dar agua a Castilla o que pequeños ríos provinciales alimenten cuencas deficitarias de territorios vecinos, como realmente ya se hace con una treintena de trasvases que funcionan en España y que son gestionados por equipos técnicos de las diferentes confederaciones hidrográficas.

En tiempos en los que la sequía se contabiliza por años, en los que el desierto avanza desde el sur, cuando la alteración del clima afecta a todo el planeta, hay que tomar soluciones globales, con amplitud de miras, con generosidad y solidaridad, pero sobre todo alejadas de sectarismos excluyentes. 

Juan Enriquez Gómez

En los próximos diez años serán sustituidos miles de molinos de energía eólica y placas solares cuyo destino no tiene por qué ser la destrucción y el abandono, su reutilización y reciclado abren caminos a nuevas formas de expansión industrial y a la solidaridad con países menos desarrollados.

El vertedero no es la solución. La imagen de enormes aspas de aerogeneradores eólicos, amontonadas o semienterradas en grandes basureros de Estados Unidos y Europa, no dibuja un futuro esperanzador y es utilizada para estigmatizar el imprescindible desarrollo de las energías renovables y la instalación de nuevos parques de energía eólica y solar, un mensaje que empieza a extenderse a través de los medios de comunicación y que únicamente responde a intereses de organizaciones sociales y grupos de presión, que se verían seriamente afectados por la reducción del uso de combustibles fósiles en la generación de energía. El ecologismo radical abona las dudas sobre la idoneidad de ampliar los sistemas de generación eléctrica, en base al impacto sobre la naturaleza de molinillos eólicos, placas solares, hidroeléctricas, incluso de la fusión nuclear, pero olvida que esa política nos mantiene en manos de quienes apuestan por energías contaminantes, con gases de efecto invernadero y nos aboca a depender de quienes tienen la llave de los pozos de gas y petróleo.

En las últimas semanas el relato publicado ha sido claro y reiterativo: no más aerogeneradores para evitar cementerios de enormes palas de fibra de vidrio que rompen el paisaje y destruyen ecosistemas. Según este discurso, la energía renovable ha dejado de ser limpia porque genera residuos nocivos para el medio. Pero los datos no avalan el mensaje, ya que entre el 80 y el 95% de los componentes de las turbinas eólicas y las placas solares son reutilizados o reciclados, además de los molinillos, que son sustituidos por otros más modernos o de mayor capacidad, que en lugar de ser destruidos son reinstalados en otros lugares como equipamientos de segunda mano, especialmente en países donde no pueden acceder a la compra de sistemas tecnológicamente punteros.

Industria en crecimiento

En la segunda mitad del siglo XX nadie podía imaginar que el reciclado de elementos tan cotidianos como papel, vidrio, plástico, metales y otros elementos, se convertiría en una industria en constante crecimiento. Ahora, con la crisis energética y los efectos de la contaminación sobre el clima y la viabilidad del planeta, el punto de mira tecnológico ha de estar en la generación de energía mediante sistemas renovables y no contaminantes, un proceso en el que hay que tener en cuenta los nuevos usos que se puede dar a los equipos al cumplirse el periodo tras el que se considerarían obsoletos. Aquí entra en juego el papel del I+D y de los emprendedores, que ya han visto que en las tres erres del reciclado: reducción, reciclaje y reutilización, se encuentran las claves de una nueva industria con un amplio abanico de posibilidades. De hecho, la mayoría de las grandes compañías de energía eólica y solar ya poseen sus filiales dedicadas al reciclaje y trabajan, además, con un gran número de empresas auxiliares que han comenzado a hacer su agosto con la sustitución de los equipos que se quedan anticuados.

Antes de 2025 alrededor de 15.000 palas de turbinas eólicas tienen que ser sustituidas en Europa, lo que supone entre 40.000 y 50.000 toneladas de elementos a reciclar o reutilizar. Son datos de la organización que engloba las empresas eólicas europeas, WindEurope, que reconoce que, en este momento, la industria no está capacitada para dar salida a esta enorme cantidad de material para reciclar, por ello es el momento de hacer crecer la industria del reciclado, pero sobre todo de los sistemas de reutilización. El boom energético que experimentan las renovables con la crisis del gas, ha provocado que las empresas alarguen los tiempos de uso de los aerogeneradores, para intentar sacarles más rendimiento antes de que sean desmantelados. La ampliación de los tiempos de vida útil de los equipos, reducirá la cantidad de elementos a sustituir a corto plazo. Por otra parte, la mayor necesidad de energía de procedencia limpia, va a provocar la instalación de nuevos parques con un mayor número de aerogeneradores, con la ventaja de que estos nuevos equipos tendrán una vida útil de entre 25 y 30 años, como mínimo, a contar desde su instalación, lo que proporciona mayores tiempos de reacción para el crecimiento y consolidación de la nueva industria del reciclado procedente de las renovables.

Metal, fibra y cristal

En la actualidad, en España hay alrededor 21.400 aerogeneradores, lo que supone 64.200 palas. De ellas, un 20% podrían ser sustituidas en los próximos diez años. Si se le añade que necesitaríamos incrementar en un 20% la electricidad generada por este sistema, el negocio a medio y largo plazo, está cantado. Un aerogenerador es reciclable entre un 80 y 95%, ya que está compuesto fundamentalmente por acero, cobre, aluminio, hierro, hormigón y plásticos, elementos que ya poseen cadenas de reciclado establecidas desde hace años, pero además están las palas, fabricadas con fibra de vidrio y resinas, más difíciles de reciclar, pero que cuentan ya con procesos eficientes: mediante calor se disuelven las resinas  y se extrae metacrilato de metileno, que se usa para ventanas y faros de coches. Otro elemento es lactato de potasio, que se utiliza en la industria alimentaria, sobre todo en repostería. Investigadores británicos han creado gominolas y cervezas ácidas a partir de resinas de palas eólicas.

En el caso de la energía solar térmica y fotovoltaica la situación es similar. Las placas están compuestas por cobre, vidrio, aluminio y plástico, elementos para los que ya existen plantas de reciclado, pero si tenemos en cuenta que la vida útil de las placas es de entre 20 y 25 años, por el momento y a pesar del crecimiento de las instalaciones para autoconsumo, no habrá residuos que tratar en mucho tiempo.

En España no hay parques eólicos en los vertederos. En la totalidad de los sistemas que se sustituyen, las piezas van a mercados de repuestos o de segunda mano que ya han creado empresas en España y Europa, e incluso se destinan a mercados menos desarrollados en materia de renovables”, afirma Tomás Romagosa, director técnico de la Asociación Empresarial Eólica de España, que indica que la imagen de palas en vertederos no es real en España ni en Europa.

Los datos nos llevan a concluir que los mensajes apocalípticos que se lanzan desde organizaciones presuntamente ecologistas, en los que se dibuja un panorama de millones de toneladas de residuos procedentes de las instalaciones de energía renovable, no son más que ‘fake news’, noticias falsas, o en el mejor de los casos, pseudonoticias, con un alto grado de manipulación que tienen como único objetivo impedir el avance de las renovables e incrementar la dependencia energética de determinados mercados internacionales. Los datos señalan claramente que no hay, y será por mucho tiempo, acumulación de residuos de molinillos eólicos, por la sencilla razón de que aún no ha llegado el momento de sustituir los existentes y, cuando se hace, los viejos aerogeneradores son reinstalados en otros lugares o vendidos a otros países, ya que lo contrario iría en detrimento de la rentabilidad de las empresas. El alto costo de estos equipos impide convertirlos en basura. La imagen de molinos tirados en vertederos, de ser cierta, sería algo realmente puntual y no generalizable.

Necesitamos fuentes de energía que aprovechen nuestros recursos naturales renovables. La península Ibérica es, sin duda, el primer generador de energía eólica y solar europeo, un territorio imprescindible para cubrir las necesidades energéticas del continente. Es posible llegar un desarrollo energético realmente sostenible, con el equilibrio como base y en el que la cultura del reciclado y la reutilización sea la nueva mina de oro del siglo XXI.

Félix Gracia

C + V = R

Pues sí, se trata de una ecuación, aunque sin números y sencilla. Porque el asunto va de Matemáticas y alude a un Principio o Ley no catalogado en los libros de texto, pero omnipresente en la Evolución, que es matemática pura, y en el vivir cotidiano, pues rige y controla la creación de la realidad; es decir, del conjunto de circunstancias que determinan la experiencia sensorial de la Humanidad y de cada uno en particular. La vida real, en la que no basta con desear (representada por la letra R de la ecuación)

Matemáticas básicas y ecuación de apariencia simple, aunque fundamental, que no habla de incógnitas ni de  cantidades, sino de arquetipos, que son impulsos vivos y creadores. Una lección que no ha sido olvidada con el transcurso  del tiempo como podías suponer si tiras de memoria, sino lección descuidada, no aprendida ni integrada en la sociedad, salvo por una minoría. Asignatura pendiente, por tanto, y especialmente amenazada en estos tiempos modernos que rinden culto a otros valores y a la banalidad.

Asunto serio, por tanto, muy a cuento con las fechas y la costumbre social de  estos días. Esa que proclama: “Año Nuevo, vida nueva”, como una relación causal cierta y segura; es decir que, dada la causa (Año Nuevo) sucede el efecto (Vida Nueva), sin más requisitos salvo el deseo: dogma social que haría palidecer al mismísimo Aristóteles, aquel célebre filósofo que dejó esta pragmática sentencia:
“No basta con desear la salud, para estar sano” que no requiere explicación, por tan probada.

Un falso y contagioso dogma social, como digo, que alimenta el pasotismo, la indolencia, la tibieza y la decadencia moral… que hacen de nosotros miembros de un rebaño, en lugar de seres creadores de una Vida y un Mundo Nuevos, gloriosos.

Así somos o podemos ser, sin arrogancia alguna, pues lo somos por naturaleza y diseño, como agentes de la Evolución y del impulso o poder que la inspira y dirige, al que a lo largo de los tiempos se le ha llamado Dios.

Y, desde dicha responsabilidad, que asumimos aun contando con nuestras limitaciones, hacemos nuestra la ecuación arriba expuesta en su doble dimensión, personal y colectiva, donde la R, significa RESULTADO o la Realidad buscada, que nosotros asociamos a esa Vida y ese Mundo Nuevos proféticos, anunciados y posibles, en tanto que los otros dos factores INDICAN:

1º) C, de CONSCIENCIA (o Conocimiento claro del objetivo y ajuste de tu manera de ser a ello: aceptación de sus implicaciones en tu vida en el qué y el cómo ha de desarrollarse ésta en aras a su cumplimiento o logro, coherencia entre el decir y el ser) y

2º) V, de VOLUNTAD (o decisión firme, empeño y determinación: PROPÓSITO)

O sea, C+V= R. En palabras de Saramago, y de tantos otros con los pies en la tierra, que los ha habido y los hay: “Si quieres tener cosecha un día, arremángate y siembra ahora”. No basta con desear.

Así lo sentimos y en  ello estamos desde OIKOSFERA, con el corazón abierto y la mano tendida a cuantos quieran participar en este proyecto colectivo que denominamos Transición de la Humanidad a un Mundo Nuevo, a cuya definición se dirigen las bases o principios que venimos anunciando desde nuestro inicio a modo de sugerencias para la reflexión y el diálogo.

Félix Gracia

Una radiografía del inconsciente colectivo de la Humanidad, que nos advierte acerca del presente y futuro de la vida en la TIERRA.

La violencia siempre es un mal, sea cual sea el escenario y quien la practique o sufra; un daño, físico, psicológico, moral… Y una semilla de nueva violencia y de más sufrimiento y desorden.

Así es la violencia en general. Pero hoy quiero centrarme en una específica: la ejercida de múltiples  maneras contra la mujer durante milenios desde el poder (terrenal y espiritual) institucionalizado en torno al varón. Y lo hago,  porque este tipo de violencia atenta a lo más sagrado y fundamental de la existencia y de la vida humana…, a las cuales pone en riesgo (y no exagero un ápice).

Estamos ante una emergencia real, y no me refiero a la climática, sino a la psicológica, que afecta a nuestro comportamiento y delata nuestro  nivel de conciencia generador de conflictos. Es hora, pues, de despertar del sueño de la inconsciencia y de actuar. Y, a ese propósito, ofrezco mi reflexión y mi sentir.

Hace mucho tiempo, tanto, que requiere ser medido en decenas de miles de años y, aun así, incurriendo en una imprecisión tan grande que es preferible referirse a ello utilizando aquella infantil manera conque los cuentos daban comienzo a la narración: “Érase una vez…” 

Así pues, érase una vez que la Humanidad se sentía unida a la Naturaleza, del mismo modo en que un niño pequeño está unido a la madre que le cuida, sostiene, alimenta y protege, y sin la cual él no podría existir. Aquellos seres comprendieron que la Naturaleza era el sostén de la vida, que de ella nacían los recursos y que esa misma función también la realizaba la mujer; que de su vientre salían los niños como un hecho asombroso, como un misterio o un milagro tan grande o aún mayor que el de las cosechas nacidas de la tierra…y creyeron que todo nacía de un vientre milagroso y providente; y que todo vivía gracias a él; y que el origen y sostén de la vida era una Mujer-Madre; y que esa Mujer-Madre se manifestaba en todas las mujeres terrenales. Y que éstas y aquélla, eran Sagradas. Inviolables. Reinas. Santas. Diosas. 

Cuentan las crónicas, que durante mucho, mucho tiempo, los seres humanos creyeron que cualquier daño infligido a una mujer, era infligido a la Madre sobre la cual se sostenía la vida toda; que el daño no era a una persona, sino a todas las vidas dependientes de Ella, a la Vida. Y que todos los daños podían ser reparados, excepto este. 

En el Alma humana quedó registrado que el daño máximo, llamado matricidio, es la mayor aberración posible, el mayor atentado a la sacralidad de la existencia que, por afectar al fundamento de la misma, hace temblar al edificio completo. Era el “pecado imperdonable”. El único con ese rango.

Mucho tiempo después… ¿Qué suerte espera a esta Humanidad actual, desacralizada? Un espeso velo tejido de olvido, indiferencia, egoísmo y desorientación cubre nuestra consciencia y adormece el alma, consumándose de este modo la realidad presente, necesitada de justicia y reparación, que es la única absolución del citado pecado.

Así son lo hechos. Y, ante esta situación, es responsabilidad de todos intervenir para restaurar el orden y la justicia en la vida humana  entre mujer y varón y de todos en relación al Planeta que habitamos. Soy consciente de la enorme complejidad del asunto y de que mi escrito presente, apenas apunta a una parte del mismo que exige un análisis completo de las causas antes de proponer soluciones, necesariamente complejas igualmente. Pero hay pasos, básicos y a la vez fundamentales que deberíamos afrontar; medidas  convenientes, susceptibles de convertirse en los cimientos de un devenir social próspero y sano. Comencemos por ahí. 

La primera medida consiste en que los varones aprendamos que hay otras maneras de ser varón, y que la mujer, en cualquier rol que se manifieste, siempre es una “Epifanía” de la Mujer-Madre de la que todos los seres vivos somos “hijos” (empezando por el propio varón) y, como tal, es “fuente de vida”, protectora, inviolable y sagrada, que merece ser reconocida y ensalzada, y jamás ofendida. Por tanto, tarea pendiente que exige un “examen de conciencia” y una reparación inaplazable. Acción ésta, que va más allá del actual feminismo de moda apoyado  en la absurda reclamación de un mismo estatus social  que el varón. Reclamación absurda, repito, pues la Evolución ya lo tiene establecido desde aquel remoto pasado en que tuvo lugar el dimorfismo sexual o diferenciación de sexos que incluye la también diferenciación del   cerebro como de varón y de mujer con funciones especializadas. No existe pues un cerebro unisex, sino dos diferenciados. Un gran hito evolutivo que implica la configuración de dos diseños humanos, uno varón y otro mujer dotados cada uno de ellos de cualidades específicas para el desempeño de funciones igualmente diferenciadas y complementarias entre sí, que aseguren el cumplimiento de las leyes  de la Evolución a partir de las dos premisas básicas de la misma,  a saber:  supervivencia y crecimiento en complejidad, en cuya gestión, la mujer ocupa el primer puesto y la responsabilidad mayor. Así pues, no se trata de pedir igualdad de estatus respecto al varón cuando se es la primera en el escalafón evolutivo. Sino de afirmarlo, de  feminizar la sociedad; es decir, de incorporar a nuestras vidas los valores propios o inherentes al arquetipo femenino, profundamente compasivo; es decir, sensible a los otros, una  actitud y disposición de ánimo que engloba un conjunto de cualidades entre las que destacan la comprensión, la tolerancia, la atención y el cuidado de los demás y fundamentalmente de los más débiles y, en general su natural disposición generadora de entendimiento y  concordia.

Y la segunda, dirigida a la mujer: que toda mujer de la Tierra, con independencia de cual sea su circunstancia presente y su actividad social, su aspecto, su cultura, la opinión general y su propia opinión de sí misma; factores todos ellos presentes en la vida cotidiana de la persona, a menudo cargados de animosidad y por ello no siempre coincidentes o ajustados a la naturaleza y función asignadas por la Evolución, se reafirme en lo que es, y asuma consciente y fielmente,  que en ella habita esa realidad esencial y que, por  tanto, es portadora de tan elevada dignidad. En definitiva, que ella es y quiere ser la manifestación humana de la Mujer-Madre, origen y sostén de la vida, de la “Mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza…” citada en el Apocalipsis como un símbolo de realeza y dignidad.

Está claro que tanto los varones como las mujeres tenemos mucho que aprender y cambiar en relación a nuestros códigos de valores actuales en aras al porvenir, y lo mucho que hay en juego.

Sé que hay mucho por hacer, en efecto. Pero, en esta ocasión, y porque el momento evolutivo así lo requiere, quizá también haya suficientes y motivados obreros para emprender la tarea. Activismo sano y humanista, al que me apunto.