Dicho queda

Juan Enrique Gómez periodista, director de Waste Magazine

La gran reserva verde del sur de Europa, refugio de decenas de especies, sufre su peor sequía a causa del cambio climático y a la nefasta acción del hombre, pero esta situación, magnificada y voceada por los medios de comunicación hasta la saciedad, no es una novedad sino una realidad conocida desde hace décadas en la que políticos y técnicos, responsables de gestionar el Parque Nacional, permitieron por acción y omisión,  un deterioro que ahora usan como ariete contra quienes intentan paliar la situación y conjugar la protección del espacio natural con la supervivencia de los pueblos que lo circundan.  Gobiernos y organizaciones que se autoproclaman como únicos abanderados del ecologismo y la sostenibilidad, vuelven a poner, por encima de cualquier otra consideración, los intereses políticos sobre la realidad de los habitantes de un territorio y la supervivencia de los ecosistemas.

Leer y oír el último eslogan, “Doñana no se toca”, lanzado por el presidente del gobierno de España y repetido por casi la totalidad de los creadores de opinión es, como mínimo, ofensivo para quienes conocen la realidad de la gestión realizada en este espacio desde mucho antes de que los actuales gobernantes de Andalucía soñasen en sentarse en los despachos de San Telmo y gestionar el destino de la comunidad autónoma. La consigna debería cambiar por “Doñana hay que tocarla para salvarla”, ya que cuidar y proteger el territorio tiene que redundar en el beneficio del espacio natural y de sus gentes. Está comprobado que un territorio se mantiene cuando existe una implicación total entre la naturaleza y quienes la habitan. Es imprescindible conceder un beneficio derivado de la explotación sostenible de los recursos para que sus habitantes se conviertan en sus principales garantes. Un cerco alrededor del bien a proteger solo conduce a su rechazo y abandono.

El humedal de Doñana se alimenta, en su mayor parte, de las lluvias que llenan el acuífero y el aporte de ríos y arroyos que llegan desde la zona norte, cuyos caudales dependen también de los niveles de pluviosidad registrados en espacios próximos al parque. Las lagunas y marismas dependen del acuífero superficial, que solo se llena por el agua de lluvia y, en algunos casos, como la laguna del Acebuche y el Palacio de Doñana, mediante aportes artificiales realizados desde hace tres décadas. Tanto las aguas superficiales, fundamentales para el mantenimiento de los ecosistemas principales del parque, marismas, lucios, cotos, vera y dunas, como las subterráneas, que llenan charcas y lagunas naturales, han tenido siempre pequeños caudales, que se veían reducidos considerablemente en los años secos. Durante las últimas décadas, esta dinámica hidrológica no parece haberse tenido en cuenta, ya que se hacía la vista gorda ante la proliferación de captaciones de agua mediante pozos, que de forma alegal, ya que no había una prohibición expresa ni permiso para abrirlos, llenaron de perforaciones la superficie del entorno de Doñana y algunas zonas del interior del parque nacional, sin que los responsables políticos, que ahora claman en defensa del territorio natural, frenasen la sangría.

Los gestores tienen nombre y apellidos y todos ellos respondieron durante 38 años a los requerimientos del poder político (PSOE de 1978 a enero 2019), una gestión que, realizaba, ‘de facto’, la Junta de Andalucía aunque era responsabilidad del gobierno central hasta el año 2004, cuando el Constitucional concedió la gestión de los parques nacionales a las autonomías aunque la titularidad es del Estado. Antes y después de esa resolución, la Junta de Andalucía hizo la vista gorda ante la desecación paulatina de Doñana y solo se investigaron y clausuraron una cifra mínima de captaciones de agua e instalaciones agrícolas ilegales.

Los nuevos gestores han encontrado un espacio con serias brechas en su protección, cuidados y mantenimiento, a pesar de lo que declaran las organizaciones sociales y científicas, que tienen en el parque nacional un coto reservado a sus intereses, en el que no quieren que se produzcan injerencias externas, menos aún de los nuevos gobernantes que, evidentemente, no forman parte de las mismas filas ideológicas y, por tanto, no son dignos de portar ni un pin verde en la solapa.

Pero en esta situación y juego político ha entrado un nuevo participante. Se llama cambio climático global y es quien, de forma tozuda, impide ocultar la realidad. La sequía por causas naturales y por la acción del hombre es palpable y va ‘in crescendo’, la bajada del nivel del agua ya no puede ocultarse, como tampoco la proliferación de pozos y explotaciones agrícolas, que se han instalado desde hace dos décadas.

Es cierto que no todo fue ocultación. En 2014, cuando se ya se veían las orejas al lobo, la Junta de Andalucía puso en marcha el Plan de Ordenación de Regadíos, el llamado Plan de la Fresa, que afectaba a las zonas ubicadas al norte de la corona forestal de Doñana, que afectó a 9.300 hectáreas, pero quedaron fuera alrededor de 1.400 más a las que se sumaron, con el tiempo, otras muchas explotaciones  sin que se hiciese nada por eliminarlas o legalizarlas, lo que ha llevado al acuífero 27 de Doñana, que alimenta los humedales, a cotas desconocidas desde que hay registros. Las voces de alarma de algunos científicos, naturalistas y organizaciones agrícolas, no obtuvieron el eco necesario, aunque un recurso presentado ante el Tribunal de Justicia Europeo dictó una resolución en 2021, ya con los nuevos gestores en Andalucía, por el que condenaba a España a restaurar la legalidad en Doñana y recuperar el acuífero.

La solución llegaba en forma de plan de regadíos aprobado ahora por el Parlamento de Andalucía, la espoleta de la polémica. Los nuevos gestores legalizan las explotaciones agrícolas ubicadas en 700 de las 1.400 hectáreas que quedaron fuera del Plan de la Fresa y dictan las normas de control para los usos del entorno del parque nacional. Pero esa acción necesita agua. La Junta espera poder llevar el agua necesaria en cotas superficiales a base de pequeños trasvases desde las cuencas próximas, el río Tinto, y si no es posible, el Odiel y el Piedras, que ya estaban aprobados por la Junta y las Cortes en 2018, unos meses antes de la llegada de los nuevos gestores a la presidencia de la Junta y que, en ese momento, no suscitó crítica alguna.

La respuesta es positiva por parte de las organizaciones agrarias, sindicatos (incluidos UGT y CCOO) y casi la totalidad de los municipios de diferentes signos políticos que rodean el parque, excepto Almonte. La totalidad de los grupos políticos de izquierda condenan, sin paliativos, el plan de recuperación y afirman que es la muerte de Doñana. Se niegan a un trasvase que aprobaron durante el anterior mandato y argumentan que afectaría negativamente a los espacios protegidos de Marismas del Odiel y el Tinto. Vuelven a anteponer los intereses políticos sobre la realidad que los ingenieros de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir han expuesto y refrendado en los planes de recuperación.

En los últimos años se han cerrado 1.400 pozos ilegales y la Confederación, que depende del Gobierno central, ha regularizado hasta 2.400 hectáreas para explotaciones agrícolas, actuaciones realizadas antes de la norma que ahora provoca el slogan ‘Doñana no se toca’.

A juicio de científicos e hidrogeólogos ajenos a la gestión del parque, la única solución posible pasa por llevar agua hasta el acuífero superficial, impedir la creación de nuevos regadíos no controlados, e incluso, llevar el agua de forma artificial para llenar parte del humedal, clave para la supervivencia de un territorio único en Europa.

Una vez más el ruido mediático intenta ocultar la realidad de los habitantes de un espacio natural que han vivido siempre de los beneficios aportados por unos ecosistemas que, en este caso, son especialmente frágiles. Buscar la sostenibilidad, el equilibrio entre todos los intereses, es la única posibilidad para paliar el problema. No hay que gritar, “Doñana no se toca”, sino enarbolar la bandera de “Salvemos Doñana, sus ecosistemas y sus gentes”.

Juan Enrique Gómez

Cada año, desde 2015, incrementamos la distancia estadística entre nacimientos y muertes. En España y la mayor parte de los países avanzados, nacen menos personas de las que mueren. Las cifras de natalidad y mortandad ahondan en el desequilibrio social, antropológico y ecológico que lleva al Homo sapiens sapiens hacia parámetros que, en otras especies, supondrían situarlas en categorías definidas como ‘en peligro de extinción’, un descenso en la llegada al mundo de crías que, de seguir produciéndose las llevaría a ser clasificadas como “En peligro crítico de extinción”, el paso previo a ser consideradas extintas, algo que no podría ocurrir a la humanidad a medio o largo plazo porque la densidad de nuestras poblaciones, ocho mil millones de personas en el mundo, está muy por encima de la mayoría de las especies, pero si cambiamos la percepción temporal e intentamos pensar en tiempos evolutivos, el desfase entre vida y muerte nos llevará a colgarnos la etiqueta de extintos.

En el mundo animal, del que formamos parte, hay un objetivo claro: reproducirse y cuidar de las camadas para que crezcan y se repita el ciclo, una y otra vez, como única forma de mantener e incrementar las poblaciones. En cada una de las comunidades faunísticas se hace todo lo posible para conseguir un equilibrio entre muertes y nacimientos. La mayoría de los representantes del mundo animal, sin ser conscientes de ello, actúan como garantes de la continuidad de su especie sobre la Tierra y, con ello, facilitan la supervivencia de otras, animales y vegetales, de las que dependen y con las que se relacionan. Una dinámica que el hombre ha situado en un plano inferior en su escala de prioridades, a pesar de estar dotado de inteligencia, de ser la especie dominante y tener capacidad para influir en su destino y condicionar los equilibrios ecosistémicos del planeta.

Mientras en las sociedades menos desarrolladas, la natalidad se rige por parámetros más cercanos a los ritmos de la naturaleza, en las que se tienen todas las crías posibles para tener mayores posibilidades de supervivencia y continuidad genética, en los países social y económicamente avanzados, la situación cambia por completo y hemos reducido los niveles de natalidad a cotas tan bajas que caminamos hacia sociedades envejecidas donde la renovación es cada vez más lenta y, con un horizonte en el que se dibujan grandes grupos sociales de mayores, cada vez con mayor edad; grupos de edad media y, hacia abajo, sectores juveniles e infantiles cada vez más reducidos, lo que supone una merma en la renovación genética y las posibilidades de hacer frente a cataclismos que puedan llegar en forma de pandemias (no olvidemos el Covid 19), catástrofes naturales, efectos a medio y largo plazo del cambio climático y global, sin contar con guerras o agentes externos que hoy no podemos imaginar.

Por el momento, las cifras en países como España, no son alarmantes, pero sí deberían tenerse en cuenta. En 2022 nacieron 329.812 bebés, siete mil menos que en 2021. Es la cifra más baja de nacimientos desde hace 81 años, fecha desde la que se tienen registros fiables. Si esta cifra la comparamos con el número de fallecimientos, que fue de 462.370 personas, vemos que en solo un año nacieron 132.812 personas menos que las que murieron, lo que incrementa el envejecimiento de la población. Cifras que se venían repitiendo de forma similar desde el principio del siglo XXI y se han incrementado considerablemente desde 2015.

Pero las cifras no parecen cambiar nada en una sociedad en la que cada día es más difícil conciliar la vida familiar con la laboral, a pesar de que las normas y el discurso mediático generalizado digan lo contrario; donde se prima la idea del derecho al aborto tratado más como un método anticonceptivo que como solución a posibles problemas clínicos, donde menores de edad pueden acceder a la interrupción del embarazo sin comunicación paterna; en la que se crean fórmulas familiares ficticias basadas en intereses económicos e ideológicos por encima del concepto de género y reproducción de la sociedad y la especie. Primamos la familia o la pareja de uno o dos descendientes, mientras llegamos a retirar ayudas a familias de tres hijos porque sus ingresos se encuentran en el umbral de la media nacional. Y cada año se incrementa la edad en la que una mujer tiene su primer hijo, algunas de ellas en edades por encima de las recomendaciones médicas como tope para procrear.

Por el momento la caída de la natalidad se mantiene en parámetros sostenibles gracias a que se ha producido un importante aumento de la población inmigrante, con un mayor índice de hijos por pareja, una circunstancia que reduce la caída libre de nacimientos, pero poco a poco, esa dinámica también bajará con la adaptación de parte de los grupos de inmigración a la sociedad donde viven.

Hemos dejado de mirar a la naturaleza para encerrarnos en nuestra particular y destructiva forma de vivir como especie. Hemos olvidado que en muchas poblaciones animales, las crías son cuidadas por otros miembros de la comunidad, no solo cuando la madre ha muerto, sino cuando cumple otras funciones en su particular sociedad. Los zorros, tan denostados, utilizan el sistema de madres temporales para cuidar de los cachorros mientras el resto del grupo busca alimento. Lobos, osos, linces, nutrias y otros animales ibéricos, cuidan de las camadas independientemente de ser o no sus progenitores.

Volvamos a observar los ecosistemas, donde el equilibrio es la clave para la supervivencia, donde un desfase en una de sus estructuras generará problemas en otras. Es difícil hacerse a la idea de que en un planeta superpoblado por una determinada especie, la bajada en los índices de natalidad pueda acarrear problemas de supervivencia. Solo el tiempo en términos evolutivos tiene la respuesta.

Interesante artículo acerca de esa silenciosa llamada de la Tierra que la Humanidad escucha en su interior y que la  impulsa a vivir de otra manera, en contacto con la naturaleza y cercana a sus orígenes, cuando compartir los recursos con el vecino no era siquiera un acto de voluntad, sino algo espontáneo y propio de la vida en comunidad y armonía con el entorno.
Así es la visión del Mundo que nos impulsa en Oikosfera.

La búsqueda y recuperación de los beneficios ecosistémicos y la economía sostenible basada en los recursos naturales logran frenar la despoblación y que la vida vuelva al medio rural.

Juan Enrique Gómez

En el corazón de la Contraviesa, entre los cerros del sureste de Andalucía, hay vida en cortijos que hasta hace pocos años se encontraban semidestruidos y abandonados. En zonas tan singulares como las laderas de la Alpujarra, entre bancales aterrazados y acequias, se aprecia el humo de chimeneas que asciende al cielo. Son imágenes que se repiten en las sierras litorales de Cataluña y Valencia, en territorios áridos de Aragón, las estribaciones de los Pirineos, en Cantabria, Extremadura y otras zonas de la península Ibérica. Son situaciones que muestran que la esperanza ha vuelto a los viejos caseríos que fueron víctimas del fenómeno de la despoblación del mundo rural, que generó la desolación de territorios en favor del crecimiento de las metrópolis. El tiempo, la evolución de las costumbres y sobre todo la pandemia de 2020 y 2021, han provocado que la gente descubra en el mundo rural un horizonte donde luce el sol y crezca la esperanza de una nueva forma de vida más cercana a la naturaleza y a nuestros orígenes.

Mientras instancias gubernamentales,  a nivel general y local, ponen en marcha planes para favorecer el crecimiento demográfico de lo que se ha conocido como la España despoblada, la realidad es que muchos municipios españoles, sobre todo en espacios cercanos a zonas turísticas, experimentan ya ese crecimiento y han conseguido recuperar una parte muy importante de las poblaciones que poseían antes del gran éxodo de las décadas centrales del siglo XX. Ha sido posible gracias a la presencia de pioneros, en muchos casos oriundos de esos pueblos, que han decidido dejar la ciudad para establecerse en el ámbito rural y llevar a cabo explotaciones agrícolas, ganaderas, hosteleras, e incluso montar en el pueblo su particular cuartel general  desde el que trabajar, mediante sistemas ‘on line’ para la ciudad y el mundo.

Una de las principales claves para lograr la repoblación de los municipios es mirar al medio ambiente, valorar los recursos naturales y los beneficios que los ecosistemas aportan a las poblaciones que habitan en ese territorio. La defensa del entorno y la recuperación de los usos tradicionales han logrado en algunos puntos de la geografía ibérica, que los censos crezcan de manera rápida y estable. Poblaciones de las provincias de Valencia, Alicante, Gerona, Málaga, Granada, entre otras, han experimentado un crecimiento importante en estadística poblacional, que se debe a que hay una mayor población en pueblos donde crece la agricultura y formas de producción que podemos encuadrar en economía sostenible. Ocurre en gran parte de los pueblos que se encuentran en el entorno de espacios naturales de especial relevancia, como los parques nacionales, donde la imposibilidad de alterar el medio ha agudizado el ingenio y se han generado economías basadas en la explotación racional de sus recursos, como empresas dedicadas al ecoturismo, explotaciones ganaderas de razas autóctonas, cultivos ecológicos y mejora de las explotaciones agrícolas, e industria hostelera con una variadísima oferta para los amantes del ecoturismo y la experiencia vital en la naturaleza. Según datos del organismo autónomo Parques Nacionales, la mayoría de los municipios que forman los espacios protegidos, han incrementado sus poblaciones desde la creación de los parques.

La totalidad de las costas españolas, al margen del crecimiento estacional por la oferta turística veraniega, experimentan también un crecimiento el resto del año, con numerosos cortijos, villas y caseríos, ocupados por extranjeros y españoles que deciden vivir en contacto con la naturaleza. En la costa mediterránea, los cerros se vuelven a poblar de almendros, higueras y crecen los viñedos tradicionales, lo que implica un aumento en sus poblaciones.

Pero a pesar de que en las zonas donde ha habido una apuesta por la vuelta a los ecosistemas las poblaciones se recuperan, una parte importante de la geografía se mantiene aún en niveles demasiado bajos. En España, según el INE, de los 8.112 municipios españoles, 5.002 municipios tienen menos de 1.000 habitantes, de los que 2.652 no llegan a 500. Más de la mitad de los municipios españoles se pueden considerar infrapoblados, mientras que en las ciudades se concentra más del 43% de los habitantes del país.

Quienes viven en el medio rural saben que la supervivencia se basa en el equilibrio con la naturaleza. El uso sostenible de los recursos que nos ofrecen los ecosistemas y protegerlos para que formen parte nuestro desarrollo, es una forma de vivir más acorde a nuestros orígenes, como humanidad y como especie.

Un interesante artículo y una denuncia sobre la gestión del agua desde la perspectiva del mundo actual, materialista, que concibe y trata al agua como un simple recurso material, como una cosa que existe para nuestro aprovechamiento. Una manera de entender nuestra relación con la Tierra que OIKOSFERA no comparte, pues defendemos aquella visión de nuestros antepasados a la que nos hemos referido otras muchas veces, que suena así:

“Hubo un tiempo en que la Humanidad percibía a la Naturaleza y todo cuanto en ella existe, y por lo tanto también al agua, como formando parte de sí, unidos e inseparables como un hijo lo es de su madre…, siendo ésta “Fuente de Vida” en permanente ofrecimiento, la que nutre, conserva, transforma e impulsa”
En Oikosfera, este es el espíritu que nos anima.

Juan Enrique Gómez

Imagínese un enorme cubo cuyo suelo, y cada una de sus cuatro paredes, es del tamaño de un campo de fútbol de los grandes. Llénelo de agua. Necesitará un hectómetro cúbico, o lo que es lo mismo: mil millones de litros. Casi 9.000 cubos de ese calibre es lo que el río Ebro vierte cada año al mar. Si restamos el caudal que llamamos ecológico, es decir el que el río necesita para mantener sus ecosistemas, riberas y el propio delta litoral, aún quedan casi 6.000 de esos cubos que realmente se suman a las aguas del Mediterráneo. Lo que ocurre en el Ebro se puede extrapolar a la totalidad de la cuenca peninsular, cada una en proporción a sus caudales. Las cifras no dan lugar a dudas y ponen sobre la mesa que con una gestión hidrológica racional, basada en la ciencia y no en conceptos y presiones ideológicas y partidistas, las necesidades de abastecimiento de agua, tanto humana como para la agricultura, industria y el equilibrio ecosistémico, estarían cubiertas con creces.

El agua es un bien que pertenece a todos, el acceso al agua es uno de los derechos fundamentales de las personas reconocidos por la ONU, pero en la práctica todos los actores implicados en su gestión encuentran argumentos (aparentemente sólidos y perfectamente aderezados para la audiencia a la que se dirigen) con los que afirmar que el agua es más de unos que de otros, según el territorio donde te encuentres y dependiendo siempre de los intereses concretos de quien tiene la potestad de abrir o cerrar el grifo, e incluso es utilizada como moneda de cambio para conseguir los apoyos necesarios para tal o cual política y siempre bajo el discurso de la sostenibilidad.

El nuevo recorte que el gobierno de España ha decretado sobre el trasvase Tajo-Segura, no hace más que poner de manifiesto, una vez más, que la gestión del agua responde a intereses que nada tienen que ver con los usuarios finales y se priman conceptos ideológicos y políticos por encima de la realidad de los territorios a los que tendría que abastecer. La modificación del Plan Hidrológico Nacional, aprobada por el Consejo de Ministros, reduce el caudal desde la cabecera del Tajo hacia Alicante, Murcia y Almería, entre 70 y 110 hectómetros cúbicos (o cubos como campos de fútbol), una cantidad que se supone es el caudal ecológico que el río necesita para su sostenibilidad y, por ello, seguirá su camino hasta llegar al océano Atlántico, en la ciudad de Lisboa, más allá de nuestras fronteras, dejando atrás los acueductos y canalizaciones que la llevarían a unirse al río Mundo y al Segura y regar las tierras del este y sureste ibérico, donde más de 12.500 hectáreas de regadío y 15.000 empleos dependen del agua que ya no correrá por las infraestructuras de un trasvase polémico desde su inauguración en 1979, con el gobierno de Adolfo Suárez y Garrigues Walker como ministro de Fomento. Una infraestructura que ha estado siempre en el punto de mira de las críticas de sectores de la izquierda por llevarse el agua de Aragón a tierras del sureste y el argumento de una inconsistente amenaza de desabastecimiento, en caso grave de sequía, de los territorios de Madrid, Castilla-La Mancha y Extremadura, bañados por el Tajo de forma natural. El presidente Zapatero, a través de su ministra, Cristina Narbona (hoy presidenta del PSOE), paralizó el trasvase del Ebro y redujo el del Tajo. Ahora, el gobierno de Pedro Sánchez, vuelve a girar el grifo para reducir el caudal y se acoge a decisiones obligadas por la UE y echa por tierra los acuerdos entre comunidades y afectados tomados con Rajoy en 2013. El Gobierno indica que es imprescindible dejar en el Tajo el caudal ecológico, pero sin contar con que esa reducción, que no merma significativamente el caudal del río, condena a la desaparición y la ruina a territorios considerados clave en el desarrollo agrícola y turístico del sureste español, gran parte de los regadíos que abastecen de alimento a Europa.

Quienes conocen la historia del trasvase Tajo-Segura, se preguntan si el origen de la ofensiva contra el trasvase no estará en un intento ideológico de revertir los efectos de una orden del gobierno franquista por la que se permitía la creación de 12.500 hectáreas de nuevos regadíos en zonas de Murcia y Almería, las mismas tierras que en la actualidad, según los agricultores, se quedarán sin agua.

En este país la gestión ambiental y en particular la del agua ha de ser ratificada por el llamado Consejo Nacional del Agua, un organismo en el que el gobierno posee representación mayoritaria y que, de forma inmediata, ha ratificado la propuesta de la ministra de Transición Ecológica en relación con el trasvase. ¿Quién defiende los intereses de los regantes y usuarios del agua? En la teoría, todos los representantes políticos, que para eso están, pero en la práctica la respuesta es, nadie.

Nuestros gobernantes afirman que no importa que, cada año, dejen de llegar un centenar de hectómetros cúbicos a las tierras del sureste, ya que hay soluciones alternativas: recoger agua del mar y tratarla en desaladoras para su posterior uso agrícola y humano. Una tarea imposible por el insuficiente número de plantas de este tipo y por el alto coste de los tratamientos, que encarecería el metro cúbico de agua de tal forma que afectaría a los precios de toda la cadena de producción agrícola. Curiosamente, el Ministerio de Transición Ecológica, en aras de la sostenibilidad, quiere que se ponga en marcha un sistema que necesita de un enorme consumo energético para su funcionamiento y provoca un fuerte impacto en los ecosistemas marinos de su entorno.

Ante el gran cúmulo de despropósitos y la manipulación partidista de un bien fundamental, es necesario apostar por una gestión única del agua, donde primen criterios de sostenibilidad y equilibrio a la hora de cubrir nuestras necesidades. No importa que un río nazca en Aragón para poder llevar agua a Andalucía, que la cuenca del Guadalquivir pueda dar agua a Castilla o que pequeños ríos provinciales alimenten cuencas deficitarias de territorios vecinos, como realmente ya se hace con una treintena de trasvases que funcionan en España y que son gestionados por equipos técnicos de las diferentes confederaciones hidrográficas.

En tiempos en los que la sequía se contabiliza por años, en los que el desierto avanza desde el sur, cuando la alteración del clima afecta a todo el planeta, hay que tomar soluciones globales, con amplitud de miras, con generosidad y solidaridad, pero sobre todo alejadas de sectarismos excluyentes. 

Juan Enriquez Gómez

En los próximos diez años serán sustituidos miles de molinos de energía eólica y placas solares cuyo destino no tiene por qué ser la destrucción y el abandono, su reutilización y reciclado abren caminos a nuevas formas de expansión industrial y a la solidaridad con países menos desarrollados.

El vertedero no es la solución. La imagen de enormes aspas de aerogeneradores eólicos, amontonadas o semienterradas en grandes basureros de Estados Unidos y Europa, no dibuja un futuro esperanzador y es utilizada para estigmatizar el imprescindible desarrollo de las energías renovables y la instalación de nuevos parques de energía eólica y solar, un mensaje que empieza a extenderse a través de los medios de comunicación y que únicamente responde a intereses de organizaciones sociales y grupos de presión, que se verían seriamente afectados por la reducción del uso de combustibles fósiles en la generación de energía. El ecologismo radical abona las dudas sobre la idoneidad de ampliar los sistemas de generación eléctrica, en base al impacto sobre la naturaleza de molinillos eólicos, placas solares, hidroeléctricas, incluso de la fusión nuclear, pero olvida que esa política nos mantiene en manos de quienes apuestan por energías contaminantes, con gases de efecto invernadero y nos aboca a depender de quienes tienen la llave de los pozos de gas y petróleo.

En las últimas semanas el relato publicado ha sido claro y reiterativo: no más aerogeneradores para evitar cementerios de enormes palas de fibra de vidrio que rompen el paisaje y destruyen ecosistemas. Según este discurso, la energía renovable ha dejado de ser limpia porque genera residuos nocivos para el medio. Pero los datos no avalan el mensaje, ya que entre el 80 y el 95% de los componentes de las turbinas eólicas y las placas solares son reutilizados o reciclados, además de los molinillos, que son sustituidos por otros más modernos o de mayor capacidad, que en lugar de ser destruidos son reinstalados en otros lugares como equipamientos de segunda mano, especialmente en países donde no pueden acceder a la compra de sistemas tecnológicamente punteros.

Industria en crecimiento

En la segunda mitad del siglo XX nadie podía imaginar que el reciclado de elementos tan cotidianos como papel, vidrio, plástico, metales y otros elementos, se convertiría en una industria en constante crecimiento. Ahora, con la crisis energética y los efectos de la contaminación sobre el clima y la viabilidad del planeta, el punto de mira tecnológico ha de estar en la generación de energía mediante sistemas renovables y no contaminantes, un proceso en el que hay que tener en cuenta los nuevos usos que se puede dar a los equipos al cumplirse el periodo tras el que se considerarían obsoletos. Aquí entra en juego el papel del I+D y de los emprendedores, que ya han visto que en las tres erres del reciclado: reducción, reciclaje y reutilización, se encuentran las claves de una nueva industria con un amplio abanico de posibilidades. De hecho, la mayoría de las grandes compañías de energía eólica y solar ya poseen sus filiales dedicadas al reciclaje y trabajan, además, con un gran número de empresas auxiliares que han comenzado a hacer su agosto con la sustitución de los equipos que se quedan anticuados.

Antes de 2025 alrededor de 15.000 palas de turbinas eólicas tienen que ser sustituidas en Europa, lo que supone entre 40.000 y 50.000 toneladas de elementos a reciclar o reutilizar. Son datos de la organización que engloba las empresas eólicas europeas, WindEurope, que reconoce que, en este momento, la industria no está capacitada para dar salida a esta enorme cantidad de material para reciclar, por ello es el momento de hacer crecer la industria del reciclado, pero sobre todo de los sistemas de reutilización. El boom energético que experimentan las renovables con la crisis del gas, ha provocado que las empresas alarguen los tiempos de uso de los aerogeneradores, para intentar sacarles más rendimiento antes de que sean desmantelados. La ampliación de los tiempos de vida útil de los equipos, reducirá la cantidad de elementos a sustituir a corto plazo. Por otra parte, la mayor necesidad de energía de procedencia limpia, va a provocar la instalación de nuevos parques con un mayor número de aerogeneradores, con la ventaja de que estos nuevos equipos tendrán una vida útil de entre 25 y 30 años, como mínimo, a contar desde su instalación, lo que proporciona mayores tiempos de reacción para el crecimiento y consolidación de la nueva industria del reciclado procedente de las renovables.

Metal, fibra y cristal

En la actualidad, en España hay alrededor 21.400 aerogeneradores, lo que supone 64.200 palas. De ellas, un 20% podrían ser sustituidas en los próximos diez años. Si se le añade que necesitaríamos incrementar en un 20% la electricidad generada por este sistema, el negocio a medio y largo plazo, está cantado. Un aerogenerador es reciclable entre un 80 y 95%, ya que está compuesto fundamentalmente por acero, cobre, aluminio, hierro, hormigón y plásticos, elementos que ya poseen cadenas de reciclado establecidas desde hace años, pero además están las palas, fabricadas con fibra de vidrio y resinas, más difíciles de reciclar, pero que cuentan ya con procesos eficientes: mediante calor se disuelven las resinas  y se extrae metacrilato de metileno, que se usa para ventanas y faros de coches. Otro elemento es lactato de potasio, que se utiliza en la industria alimentaria, sobre todo en repostería. Investigadores británicos han creado gominolas y cervezas ácidas a partir de resinas de palas eólicas.

En el caso de la energía solar térmica y fotovoltaica la situación es similar. Las placas están compuestas por cobre, vidrio, aluminio y plástico, elementos para los que ya existen plantas de reciclado, pero si tenemos en cuenta que la vida útil de las placas es de entre 20 y 25 años, por el momento y a pesar del crecimiento de las instalaciones para autoconsumo, no habrá residuos que tratar en mucho tiempo.

En España no hay parques eólicos en los vertederos. En la totalidad de los sistemas que se sustituyen, las piezas van a mercados de repuestos o de segunda mano que ya han creado empresas en España y Europa, e incluso se destinan a mercados menos desarrollados en materia de renovables”, afirma Tomás Romagosa, director técnico de la Asociación Empresarial Eólica de España, que indica que la imagen de palas en vertederos no es real en España ni en Europa.

Los datos nos llevan a concluir que los mensajes apocalípticos que se lanzan desde organizaciones presuntamente ecologistas, en los que se dibuja un panorama de millones de toneladas de residuos procedentes de las instalaciones de energía renovable, no son más que ‘fake news’, noticias falsas, o en el mejor de los casos, pseudonoticias, con un alto grado de manipulación que tienen como único objetivo impedir el avance de las renovables e incrementar la dependencia energética de determinados mercados internacionales. Los datos señalan claramente que no hay, y será por mucho tiempo, acumulación de residuos de molinillos eólicos, por la sencilla razón de que aún no ha llegado el momento de sustituir los existentes y, cuando se hace, los viejos aerogeneradores son reinstalados en otros lugares o vendidos a otros países, ya que lo contrario iría en detrimento de la rentabilidad de las empresas. El alto costo de estos equipos impide convertirlos en basura. La imagen de molinos tirados en vertederos, de ser cierta, sería algo realmente puntual y no generalizable.

Necesitamos fuentes de energía que aprovechen nuestros recursos naturales renovables. La península Ibérica es, sin duda, el primer generador de energía eólica y solar europeo, un territorio imprescindible para cubrir las necesidades energéticas del continente. Es posible llegar un desarrollo energético realmente sostenible, con el equilibrio como base y en el que la cultura del reciclado y la reutilización sea la nueva mina de oro del siglo XXI.

Félix Gracia

C + V = R

Pues sí, se trata de una ecuación, aunque sin números y sencilla. Porque el asunto va de Matemáticas y alude a un Principio o Ley no catalogado en los libros de texto, pero omnipresente en la Evolución, que es matemática pura, y en el vivir cotidiano, pues rige y controla la creación de la realidad; es decir, del conjunto de circunstancias que determinan la experiencia sensorial de la Humanidad y de cada uno en particular. La vida real, en la que no basta con desear (representada por la letra R de la ecuación)

Matemáticas básicas y ecuación de apariencia simple, aunque fundamental, que no habla de incógnitas ni de  cantidades, sino de arquetipos, que son impulsos vivos y creadores. Una lección que no ha sido olvidada con el transcurso  del tiempo como podías suponer si tiras de memoria, sino lección descuidada, no aprendida ni integrada en la sociedad, salvo por una minoría. Asignatura pendiente, por tanto, y especialmente amenazada en estos tiempos modernos que rinden culto a otros valores y a la banalidad.

Asunto serio, por tanto, muy a cuento con las fechas y la costumbre social de  estos días. Esa que proclama: “Año Nuevo, vida nueva”, como una relación causal cierta y segura; es decir que, dada la causa (Año Nuevo) sucede el efecto (Vida Nueva), sin más requisitos salvo el deseo: dogma social que haría palidecer al mismísimo Aristóteles, aquel célebre filósofo que dejó esta pragmática sentencia:
“No basta con desear la salud, para estar sano” que no requiere explicación, por tan probada.

Un falso y contagioso dogma social, como digo, que alimenta el pasotismo, la indolencia, la tibieza y la decadencia moral… que hacen de nosotros miembros de un rebaño, en lugar de seres creadores de una Vida y un Mundo Nuevos, gloriosos.

Así somos o podemos ser, sin arrogancia alguna, pues lo somos por naturaleza y diseño, como agentes de la Evolución y del impulso o poder que la inspira y dirige, al que a lo largo de los tiempos se le ha llamado Dios.

Y, desde dicha responsabilidad, que asumimos aun contando con nuestras limitaciones, hacemos nuestra la ecuación arriba expuesta en su doble dimensión, personal y colectiva, donde la R, significa RESULTADO o la Realidad buscada, que nosotros asociamos a esa Vida y ese Mundo Nuevos proféticos, anunciados y posibles, en tanto que los otros dos factores INDICAN:

1º) C, de CONSCIENCIA (o Conocimiento claro del objetivo y ajuste de tu manera de ser a ello: aceptación de sus implicaciones en tu vida en el qué y el cómo ha de desarrollarse ésta en aras a su cumplimiento o logro, coherencia entre el decir y el ser) y

2º) V, de VOLUNTAD (o decisión firme, empeño y determinación: PROPÓSITO)

O sea, C+V= R. En palabras de Saramago, y de tantos otros con los pies en la tierra, que los ha habido y los hay: “Si quieres tener cosecha un día, arremángate y siembra ahora”. No basta con desear.

Así lo sentimos y en  ello estamos desde OIKOSFERA, con el corazón abierto y la mano tendida a cuantos quieran participar en este proyecto colectivo que denominamos Transición de la Humanidad a un Mundo Nuevo, a cuya definición se dirigen las bases o principios que venimos anunciando desde nuestro inicio a modo de sugerencias para la reflexión y el diálogo.

Félix Gracia

Una radiografía del inconsciente colectivo de la Humanidad, que nos advierte acerca del presente y futuro de la vida en la TIERRA.

La violencia siempre es un mal, sea cual sea el escenario y quien la practique o sufra; un daño, físico, psicológico, moral… Y una semilla de nueva violencia y de más sufrimiento y desorden.

Así es la violencia en general. Pero hoy quiero centrarme en una específica: la ejercida de múltiples  maneras contra la mujer durante milenios desde el poder (terrenal y espiritual) institucionalizado en torno al varón. Y lo hago,  porque este tipo de violencia atenta a lo más sagrado y fundamental de la existencia y de la vida humana…, a las cuales pone en riesgo (y no exagero un ápice).

Estamos ante una emergencia real, y no me refiero a la climática, sino a la psicológica, que afecta a nuestro comportamiento y delata nuestro  nivel de conciencia generador de conflictos. Es hora, pues, de despertar del sueño de la inconsciencia y de actuar. Y, a ese propósito, ofrezco mi reflexión y mi sentir.

Hace mucho tiempo, tanto, que requiere ser medido en decenas de miles de años y, aun así, incurriendo en una imprecisión tan grande que es preferible referirse a ello utilizando aquella infantil manera conque los cuentos daban comienzo a la narración: “Érase una vez…” 

Así pues, érase una vez que la Humanidad se sentía unida a la Naturaleza, del mismo modo en que un niño pequeño está unido a la madre que le cuida, sostiene, alimenta y protege, y sin la cual él no podría existir. Aquellos seres comprendieron que la Naturaleza era el sostén de la vida, que de ella nacían los recursos y que esa misma función también la realizaba la mujer; que de su vientre salían los niños como un hecho asombroso, como un misterio o un milagro tan grande o aún mayor que el de las cosechas nacidas de la tierra…y creyeron que todo nacía de un vientre milagroso y providente; y que todo vivía gracias a él; y que el origen y sostén de la vida era una Mujer-Madre; y que esa Mujer-Madre se manifestaba en todas las mujeres terrenales. Y que éstas y aquélla, eran Sagradas. Inviolables. Reinas. Santas. Diosas. 

Cuentan las crónicas, que durante mucho, mucho tiempo, los seres humanos creyeron que cualquier daño infligido a una mujer, era infligido a la Madre sobre la cual se sostenía la vida toda; que el daño no era a una persona, sino a todas las vidas dependientes de Ella, a la Vida. Y que todos los daños podían ser reparados, excepto este. 

En el Alma humana quedó registrado que el daño máximo, llamado matricidio, es la mayor aberración posible, el mayor atentado a la sacralidad de la existencia que, por afectar al fundamento de la misma, hace temblar al edificio completo. Era el “pecado imperdonable”. El único con ese rango.

Mucho tiempo después… ¿Qué suerte espera a esta Humanidad actual, desacralizada? Un espeso velo tejido de olvido, indiferencia, egoísmo y desorientación cubre nuestra consciencia y adormece el alma, consumándose de este modo la realidad presente, necesitada de justicia y reparación, que es la única absolución del citado pecado.

Así son lo hechos. Y, ante esta situación, es responsabilidad de todos intervenir para restaurar el orden y la justicia en la vida humana  entre mujer y varón y de todos en relación al Planeta que habitamos. Soy consciente de la enorme complejidad del asunto y de que mi escrito presente, apenas apunta a una parte del mismo que exige un análisis completo de las causas antes de proponer soluciones, necesariamente complejas igualmente. Pero hay pasos, básicos y a la vez fundamentales que deberíamos afrontar; medidas  convenientes, susceptibles de convertirse en los cimientos de un devenir social próspero y sano. Comencemos por ahí. 

La primera medida consiste en que los varones aprendamos que hay otras maneras de ser varón, y que la mujer, en cualquier rol que se manifieste, siempre es una “Epifanía” de la Mujer-Madre de la que todos los seres vivos somos “hijos” (empezando por el propio varón) y, como tal, es “fuente de vida”, protectora, inviolable y sagrada, que merece ser reconocida y ensalzada, y jamás ofendida. Por tanto, tarea pendiente que exige un “examen de conciencia” y una reparación inaplazable. Acción ésta, que va más allá del actual feminismo de moda apoyado  en la absurda reclamación de un mismo estatus social  que el varón. Reclamación absurda, repito, pues la Evolución ya lo tiene establecido desde aquel remoto pasado en que tuvo lugar el dimorfismo sexual o diferenciación de sexos que incluye la también diferenciación del   cerebro como de varón y de mujer con funciones especializadas. No existe pues un cerebro unisex, sino dos diferenciados. Un gran hito evolutivo que implica la configuración de dos diseños humanos, uno varón y otro mujer dotados cada uno de ellos de cualidades específicas para el desempeño de funciones igualmente diferenciadas y complementarias entre sí, que aseguren el cumplimiento de las leyes  de la Evolución a partir de las dos premisas básicas de la misma,  a saber:  supervivencia y crecimiento en complejidad, en cuya gestión, la mujer ocupa el primer puesto y la responsabilidad mayor. Así pues, no se trata de pedir igualdad de estatus respecto al varón cuando se es la primera en el escalafón evolutivo. Sino de afirmarlo, de  feminizar la sociedad; es decir, de incorporar a nuestras vidas los valores propios o inherentes al arquetipo femenino, profundamente compasivo; es decir, sensible a los otros, una  actitud y disposición de ánimo que engloba un conjunto de cualidades entre las que destacan la comprensión, la tolerancia, la atención y el cuidado de los demás y fundamentalmente de los más débiles y, en general su natural disposición generadora de entendimiento y  concordia.

Y la segunda, dirigida a la mujer: que toda mujer de la Tierra, con independencia de cual sea su circunstancia presente y su actividad social, su aspecto, su cultura, la opinión general y su propia opinión de sí misma; factores todos ellos presentes en la vida cotidiana de la persona, a menudo cargados de animosidad y por ello no siempre coincidentes o ajustados a la naturaleza y función asignadas por la Evolución, se reafirme en lo que es, y asuma consciente y fielmente,  que en ella habita esa realidad esencial y que, por  tanto, es portadora de tan elevada dignidad. En definitiva, que ella es y quiere ser la manifestación humana de la Mujer-Madre, origen y sostén de la vida, de la “Mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza…” citada en el Apocalipsis como un símbolo de realeza y dignidad.

Está claro que tanto los varones como las mujeres tenemos mucho que aprender y cambiar en relación a nuestros códigos de valores actuales en aras al porvenir, y lo mucho que hay en juego.

Sé que hay mucho por hacer, en efecto. Pero, en esta ocasión, y porque el momento evolutivo así lo requiere, quizá también haya suficientes y motivados obreros para emprender la tarea. Activismo sano y humanista, al que me apunto.         

Juan Enrique Gómez
Periodista – Waste Magazine

El cambio climático pasa a ser cambio global, la alteración del clima y los ecosistemas por el efecto del hombre

La humanidad tiene la obligación de preservar la integridad del territorio en el que vive, ya que sin un equilibrio ecosistémico en todos los sentidos (de la naturaleza al hombre y del hombre a la naturaleza), no existirá viabilidad para la especie.

La crisis energética en la que estamos inmersos puede ser el detonante para que la actitud de la humanidad cambie y pongamos las bases de una mayor comunión con las necesidades del planeta.

Vivimos en el Cuaternario. No, no se extrañe, no hemos retrocedido al inicio de los tiempos. Los geólogos consideran que esta era geológica, la cuarta de las edades de la Tierra, empezó hace casi dos millones de años sin que aún haya terminado, así que somos hijos del Cuaternario y, dentro de esa denominación genérica, del periodo llamado Holoceno, una última nomenclatura que está a punto de ser reemplazada por otra: Antropoceno, que se ajusta más a la realidad de un periodo caracterizado por la presencia del hombre y su influencia sobre el territorio.

Está claro que con la edad del planeta, 4.500 millones de años, se puede considerar una nimiedad los poco más de cuatro millones desde la presencia de homínidos y 2,6 de la aparición del Homo sapiens, la especie que, en el último milenio, ha acelerado el ritmo de los tiempos geológicos e impulsado cambios muy significativos para la que podría considerarse la evolución geonatural de los ecosistemas. En los últimos tres siglos la Tierra ha experimentado algunos de los mayores cambios desde la separación de los continentes, e incluso una glaciación entre los siglos XIV y XIX, conocida como la Pequeña Edad de Hielo, con su máximo entre 1750 y 1800, debida a alteraciones climáticas ayudadas por talas masivas de bosques en el norte y centro de Europa, es evidente que en un análisis sobre la salud del planeta, no podemos obviar el efecto de la presencia del hombre y su rápida evolución, por lo que cerrar el Holoceno para abrir el Antropoceno no es más que reconocer la evidencia.

De cambio climático a global

Desde hace dos décadas, los científicos advierten de alteraciones en el clima y su evolución, con datos que muestran una progresión que no anuncia buenos augurios para el futuro de la humanidad. Es lo que conocemos como cambio climático, un concepto que ha pasado de los laboratorios y foros científicos al mundo de la política, la polémica e incluso las ideologías. Pero mientras el ciudadano y los gobiernos se plantean todo tipo de medidas para paliar los efectos de las alteraciones climáticas, con grandes conferencias internacionales que solo aplazan el momento de tomar decisiones reales, la situación de la Tierra y sus ecosistemas obligan a ampliar el concepto y los científicos dejan a un lado la expresión cambio climático para hablar de cambio global.

La clave de esta modificación no es más que la necesidad de incluir al hombre en la ecuación. El cambio global es el conjunto de modificaciones y transformaciones, a gran escala, producto de las actividades antropogénicas que afectan a nuestro planeta. Hay que reconocer que aunque las variaciones en el clima son una constante en la evolución de la Tierra, desde el inicio de la Revolución Industrial en la segunda mitad del siglo XVIII hasta la actualidad, la frecuencia y rapidez de las modificaciones climáticas no tiene comparación en la evolución geológica anterior a la presencia del hombre.

Reconocer el efecto del hombre sobre el medio biofísico, es decir, atmósfera, océanos, agua, suelo, biodiversidad y sus ecosistemas, entre otros, es la base para reconducir un futuro que, por el momento, no es esperanzador. La humanidad tiene la obligación de preservar la integridad del territorio en el que vive, ya que sin un equilibrio ecosistémico en todos los sentidos (de la naturaleza al hombre y del hombre a la naturaleza), no existirá viabilidad para la especie.

El crecimiento de la población mundial ha sido exponencial en los últimos dos siglos, lo que ha incrementado considerablemente las demandas por recursos que ejercemos sobre el planeta, lo que implica mayor uso de suelos, alteración y desaparición de espacios naturales, modificación de territorios, generación y consumo de energía y, en consecuencia, aumento de emisiones y vertidos contaminantes. Todo ello crea desequilibrios en los ciclos y ritmos naturales de elementos tan fundamentales para la vida como el oxígeno o el agua, e incrementa los niveles de carbono, el ozono o las radiaciones solares, hasta cotas peligrosas para la salud y es causa clave para las alteraciones del clima.

Efecto invernadero

El cambio global es uno de los mayores desafíos a los que se enfrenta la humanidad en toda su existencia. La actividad antropogénica ha generado, fundamentalmente por el uso generalizado de los combustibles fósiles, la emisión constante de gases de efecto invernadero, que incrementan la capa que absorbe la radiación infrarroja del sol, lo que produce una subida de la temperatura en la atmósfera y más calor en la superficie terrestre. Los gases de efecto invernadero de generación natural son los encargados de mantener el calor de la Tierra en temperaturas de alrededor de 15 grados de media, pero cuando esos gases se incrementan de forma artificial, la temperatura asciende a niveles no sostenibles, lo que genera alteraciones en el clima, entre ellas el deshielo de los polos, con un alza generalizada del nivel mar, la acidificación del océano y el desequilibrio generalizado de los ciclos meteorológicos, con mayores periodos de sequía, menos lluvias y más torrenciales, menos nieve y, por tanto, menos agua, lo que produce, a su vez, migración y extinción de fauna y flora y, por todo ello, reducción de los beneficios ecosistémicos que la naturaleza siempre ha aportado al hombre. El clima, por ejemplo, cambia la productividad de los cultivos y frecuencia de cosechas, con todo lo que ello afecta al equilibrio existencial de las poblaciones humanas.

La sexta extinción

El paleontólogo Richard Leakey, señalaba al hombre como el protagonista de la sexta extinción, pero aún estamos a tiempo de romper las predicciones de éste y otros científicos y revertir una situación a la que parece que estamos abocados sin remedio. La crisis energética en la que estamos inmersos puede ser el detonante para que la actitud de la humanidad cambie y pongamos las bases de una mayor comunión con las necesidades del planeta. El mayor uso de las energías renovables, el autoconsumo y la investigación sobre nuevas fuentes de energía, unido a un compromiso global sobre el uso responsable de nuestros recursos, que vaya desde los hábitos personales a las decisiones geopolíticas, son las únicas vías posibles para reencontrar el equilibrio entre las necesidades de la humanidad y las del planeta en el que vivimos.

Hagamos posible que el Antropoceno haga honor a su definición y sea el hombre quien salve la Tierra tal y como la conocemos, porque sin ella, la humanidad será solo un registro estratigráfico más en la evolución geológica del planeta.


Juan Enrique Gómez
Periodista – Waste Magazine

En los albores del XXI, David Bowman, el astronauta de ficción de ‘2001, una odisea en el espacio’ (1968), lograba viajar a las estrellas. Lo hacía ayudado por fuentes energéticas que llevaban a su nave estelar más allá del sol. El físico y escritor Arthur C. Clarke, imaginaba un mundo en el que la escasez energética era solo un mal recuerdo escrito en los libros de historia. Clarke se mostró demasiado optimista al situar el guión y posterior novela de ciencia ficción en el año 2001, ya que dos décadas después de esa mítica fecha la humanidad aún mantiene una gran dependencia de los combustibles fósiles que no consiguen cubrir sus necesidades de consumo energético. Pero el escritor acertó al dejarnos entrever que la supervivencia de la humanidad y su expansión en el universo podría depender de si consigue emular el nacimiento de las estrellas: un reto que podríamos considerar como exclusivo de los habitantes del Olimpo y alejado de las posibilidades del hombre. Pero la ciencia ha conseguido ya abrir la puerta de los dioses y hacer que pequeñas estrellas nazcan y generen energía, aunque mueran pocos minutos después. La nueva fuente de energía inagotable, limpia, sin emisiones ni residuos peligrosos, se llama fusión nuclear, que no es más que emular en la Tierra lo que ocurre en el interior del sol.

La humanidad, en el inicio de la tercera década del siglo XXI, se enfrenta a la imperiosa necesidad de disponer de energías al alcance de las posibilidades económicas reales de los habitantes de la Tierra.  En este momento los países desarrollados apuestan por fuentes de energía renovables ya conocidas, sol, viento, saltos de agua, olas y mareas, a las que se intentan sumar nuevas formas generadoras de energía, entre ellas el uso del hidrógeno en sustitución del gas y, sobre todo, confían en que los científicos logren dominar e industrializar la fusión nuclear, que al contrario que la fisión (la nuclear que conocemos) es energía renovable y limpia. Todos esperan que la nueva energía de los dioses, pueda ser ‘domesticada’ en el horizonte de 2040.

Mientras se consigue ¿qué hacemos con las nucleares actuales? Las crecientes necesidades energéticas aconsejan una respuesta: mantener las centrales de fisión que quedan con los mayores niveles de seguridad posibles, ya que el uso exclusivo de las renovables aún no es suficiente.

Es urgente la creación de nuevos campos solares y eólicos, mayores facilidades para la generación hidroeléctrica e incluso la posible construcción de parques para generar energía a partir de la fuerza de las olas y las mareas, pero todo ello seguirá sin ser suficiente si no logramos encontrar los sistemas que nos permitan almacenar, en grandes cantidades, la electricidad generada y hacerlo sin usar procedimientos químicos, que en muchos casos provocan reacciones contaminantes.

A pesar de que el discurso político pseudoecologista nos sitúa en un escenario de transición energética, en el que se penaliza todo lo que no lleve la etiqueta de renovable, la realidad de los datos indica que casi el 30% de la energía que consumimos en España todavía procede de fuentes contaminantes, con uso de combustibles fósiles, gas y carbón. Las energías renovables, viento, sol y agua suman otro 48% y la fisión nuclear, por sí misma, genera el 20,1% de la producción nacional; una energía que procede de las cinco centrales nucleares que aún funcionan en este país y que, desgraciadamente, no cuentan con los sistemas más modernos porque durante décadas no se ha querido dedicar tiempo y dinero a la investigación en este campo.

En la energía de fisión nuclear que conocemos, átomos con núcleos pesados son divididos para convertirlos en otros con núcleos más ligeros. En ese proceso se genera una enorme cantidad de energía que es utilizada para calentar agua que generará vapor y moverá las turbinas que crean electricidad, pero el proceso parte de elementos radioactivos, uranio o plutonio, y genera residuos altamente peligrosos. En cambio, en el interior del sol o el nacimiento de una estrella, de una forma natural, dos núcleos de átomos ligeros se unen entre sí para generar otro núcleo más pesado, liberando partículas en el proceso en forma de energía, lo que ocurre cuando son sometidos a enormes presiones gravitacionales y a temperaturas de alrededor de 15 millones de grados, un proceso continuado e imparable que ocurre en el núcleo del sol y que la investigación científica ha logrado reproducir a partir de elementos tan comunes y abundantes como el hidrógeno y sus isótopos, deuterio y tritio, que puede extraerse, sobre todo, del agua del mar.

No es nada fácil emular lo que ocurre en el núcleo de las estrellas. El primer problema es que recrear las presiones gravitatorias que ejerce el sol sobre los átomos, necesita multiplicar por cien la temperatura que se genera en su interior. O sea, que los científicos han de conseguir más de 150 millones de grados centígrados y que los átomos, confinados en un plasma que se encuentra en el centro de un recipiente rodeado de potentes electroimanes, logren fusionarse y generar energía. Hasta aquí ya es una realidad en laboratorio de pruebas o proceso de investigación,  pero el proceso en sí consume mucha más energía de la que genera y la fusión se mantiene solo durante pocos minutos, cuando lo que hay que lograr es que produzca mucha más energía que la que consume y la fusión sea continuada en el tiempo. El resultado final será energía sin límites, no contaminante y a partir de materiales tan abundantes como el agua.

Este es el objetivo en el que trabajan científicos de todo el mundo, agrupados en diferentes proyectos que se desarrollan en Estados Unidos, Europa y China. España se ha implicado de forma muy directa en el proyecto europeo de reactor experimental de fusión (IFMIF). Para determinar qué materiales compondrán los reactores de fusión, se ha creado el proyecto IFMIF-DONES, que posee como base un gran acelerador de partículas que se ubicará en Granada con la colaboración del Ministerio de Ciencia e Innovación, la Junta de Andalucía y la Universidad de Granada. Será la primera piedra para el futuro reactor de fusión europeo.

Hemos iniciado el camino hacia el futuro energético, pero la apuesta debería ser clara, tanto para la sociedad como para sus gobernantes, que deben ser conscientes de que la investigación científica necesita tiempo, dinero y conceptos. Pensar en que es posible crear energía de la unión de núcleos atómicos en lugar de hacerlo, como hasta ahora, mediante división y ruptura, es una nueva lección extraída de la observación y el conocimiento de la esencia de procesos naturales tan singulares como la formación de las estrellas.

No es el momento de poner trabas a los avances científicos que pueden generar una nueva era. Es tiempo para la búsqueda de soluciones conjuntas. La crisis energética de esta segunda década del siglo XXI ofrece una enseñanza básica, la unión de fuerzas sociales, científicas y políticas, puede solucionar uno de los problemas más graves a los que se ha enfrentado la humanidad a lo largo de los tiempos y  (¿porqué no?) también el  que se haga realidad el sueño de Arthur C. Clarke: que el hombre sea hijo de las estrellas.

Águeda Artigas
(madre a tiempo completo)

Comencé a trabajar en una Guardería Infantil al tiempo que iniciaba los estudios en Psicología. Yo quería ser Psicóloga -o eso creía yo- pero he terminado siendo “madre”, que es una cualidad de lo humano que trasciende, incluso, la actividad o función que se realice y aún si ésta es la de “madre biológica”; pues nace de la conexión entre el alma del adulto (sea éste Psicólogo o madre biológica) y   la “Infancia”, que no es una época de la vida, sino un estado del ALMA VIVIENTE, que prevalece por siempre en todo ser humano como un potencial de amor inextinguible.

Así lo he ido comprendiendo con el paso del tiempo y mi profesión. Me hice Psicóloga, con consulta terapéutica durante años; me casé, he tenido tres hijas… Pero descubro en mí que, en todo momento y a modo de denominador común de todo cuanto he vivido y vivo, subyace un sentimiento maternal que me hace ver en cada persona de cualquier edad, incluso a mis pacientes de consulta psicológica, a ese niño/a eterno e invisible, pero que nunca deja de ser; ese potencial de vida inocente y confiado que promete un nuevo ser humano y un nuevo mundo. Y me siento madre, llamada a cuidarlo y protegerlo.

Qué os voy a decir…, pues sé que ese instinto arquetípico está presente en todas nosotras. Y  también en los varones, aunque ellos lo disimulan más.

Escribo estas líneas tras haber leído el informe de Unicef publicado en otra sección de OIKOSFERA sobre la infancia en España y en el mundo…, y me he echado a llorar…! Literalmente, porque me duele.

Me duele, sí. Porque ese colectivo al que se refiere el informe, esa “infancia”, no es solo un número de personas –lo cual ya es suficientemente  doloroso y trágico- sino un valor, un potencial de renovación humana, una semilla y una esperanza…, cruelmente amenazado en el presente y sin el cual, ¿qué futuro nos aguarda?

Es mucho lo que está en juego en nuestros días, y todo se puede quedar en palabras o en ensoñaciones  idílicas, si no afrontamos el presente inmediato con los ojos abiertos, la mano tendida y el corazón de madre: compasivo y conciliador.

¿Era este el sentimiento que inspiró aquellas palabras de Jesús en relación a los niños con las que titulo mi reflexión? Así lo entiendo. Y una se siente pequeña, casi insignificante ante la magnitud de la tarea que afecta al mundo y a la humanidad. Pero algo tengo claro: seguiré siendo “madre a tiempo completo” ante la vida, empezando por quienes tengo cerca.

Quizá si cada uno lo hiciese así a otro, al de al lado… Si cada uno fuésemos “madre” para alguien, el mundo cambiaría.