Nacido en un municipio al oeste de São Paulo y afincado actualmente en Londres, capital de las cabinas rojas, Henrique Oliveira (Ourinhos, 1973) cumple desde su estudio con el oficio de ser algo parecido a un escultor de la naturaleza. Su proyección internacional es reseñable: ya en 2013 expuso en el Palais de Tokyo francés con la instalación Baitagogo, una serie de enredos retorcidos de ramas que parecían crecer de las vigas del museo. Este año, adelanta, es su primero en ARCO.
Creador de megainstalaciones en las que naturaleza, reciclaje e innovación coexisten, el brasileño conversa con este periódico durante su visita a ARCO.
Oliveira viaja con sus bosques cada vez que visita una feria. Se mimetiza bien con estos ambientes, casi tanto como lo hace con la calle: buena parte obra se basa en intervenciones en el espacio público. Quizá la más conocida sea la que hizo en la Bienal de Porto Alegre en 2009. «Integré mis esculturas en las antiguas paredes de una casa», recuerda, con árboles que parecían apoderarse de la fachada, como en una defensa irónica de la liberación de la naturaleza del control humano.
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